16 - Cerca del final

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A la mañana siguiente un ajetreo al otro lado del edificio los trajo de vuelta al mundo terrenal

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A la mañana siguiente un ajetreo al otro lado del edificio los trajo de vuelta al mundo terrenal. A través de la ventana se observaba a una patrulla y a un par de policías dirigiéndose a la recepción. Movidos por el temor a ser atrapados y para evitar ir a la cárcel. Ambos salieron de la habitación pensando en correr hacia cualquier dirección que no los llevara hacia los policías.

—¡Hola! ¿Podría llevarnos? —Se apresuraron a dirigirse a un sujeto que estaba a punto de subir a su auto.

Era un hombre de mediana edad, con gafas y una camisa a cuadros. Daba miedo. Lucía sospechoso y su barba no le hacía justicia. Si pudiera salir en una serie o en una película, él sería el asesino.

El hombre los miró con intriga durante largos segundos, después sonrió y se decidió a hablar.

—¿De quién huyen, ah? ¿De la policía? —mencionó con voz ronca dirigiendo la mirada hacía el coche patrulla.

—Sí, nos ha descubierto —mencionó Astrid con ironía, aunque eso solo confundió al hombre.

Él la miró con gracia, sacó un pitillo y se dispuso a fumarlo. Luego, miró al chico, lo contempló por segundos y exhaló sobre su cara. Todo a detenimiento, como si dispusieran del tiempo suficiente para el interrogatorio o como si se debatiera entre entregarlos o no.

—Qué va, suban —pronunció segundos después—. No seré yo el que los delate. Uno nunca sabe cuándo será el último día, ¿no es así? —carcajeó frente a ellos al tiempo en el que subía al automóvil y lanzaba el cigarro por la ventana.

Los jóvenes se aproximaron al auto, ambos con la disposición de subir en los asientos de atrás, pero el hombre intervino.

—Tu enfrente chaval, atrás tengo cajas de herramientas y solo cabe la chica.

Alexander asintió, Astrid subió, el hombre arrancó el vehículo y piso el acelerador. Los policías ingresaron a la recepción. Nadie más supo sobre ellos.

El auto olía a cigarro, a cervezas y a sudor. Un olor nauseabundo. Un aroma que había que aguantar por lo menos hasta tomar carretera para abrir las ventanas.

El semblante de los chicos ahora lucía más sereno, el hombre se percató de eso y decidido a indagar sobre lo que los había llevado hasta allí, comenzó a charlar mientras se metía un chicle a la boca.

—¿Qué hacían? ¿Eh? —expresó mirando a Astrid fríamente a través del retrovisor. Su voz ronca era algo que ella no podría olvidar quizá por el resto de su vida. Los recuerdos en ese auto eran fáciles de perdurar en su mente debido al olor que, entre cada segundo y palabra formulada, quemaba sus fosas nasales.

—Nada, señor —habló Meyson aguantando la respiración, provocando que le dirigiera una mirada asesina.

—¡A otro perro con ese hueso! Ese de ahí, es un motel de mala muerte —mencionó señalando hacia atrás—. Solo ahí pasan la noche personas con oscuros secretos, tipos malos, asesinos, criminales. La Policía lo sabe, hace sus rondas cada mañana. Los que temen ser encontrados, salen de ahí apenas los rayos del sol iluminan —pronunció con firmeza—. Así que les preguntaré una vez más. ¿Qué hacían ahí?

Proyecto VenusWhere stories live. Discover now