Capítulo veintitrés

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Aunque afuera estaba lloviendo y el frío se colaba en el pequeño apartamento, un joven omega de dieciocho años estaba dando todo de sí para mantener a su cachorro caliente. Lo había arropado con todas las mantas que había conseguido y encendió la chiminea. Él mismo temblaba y se abrazaba a su pequeño para tratar de recibir algo de calor, siendo el proteger a su niño lo más importante.

Apenas tenía dos años y unos meses, y con lo poco que sabía el omega hacía su mayor esfuerzo en cuidarlo.

—Mami —murmuró el pequeño, colocando sus manos en el rostro golpeado de su madre.

Aquello es un pequeño consuelo al adolorido corazón del omega y las lágrimas le resbalan por la cara.

—Te prometo que haré lo que sea para que estés seguro, nadie te hará daño —susurró—. Vamos a irnos de este lugar y nunca volveremos, lo juro.

El pequeño niño miraba a su madre con los mismos ojos azules que él poseía. Era como una pequeña versión suya, delicado, inocente y lleno de amor.

En eso, una voz fuerte y unos pasos pesados le hicieron saber que la pesadilla que vivía todos los días iba a comenzar. Así que tomó al niño tan rápido como pudo y abrió la puerta de la pequeña habitación de escobas que estaba en el pasillo.

—Bien bebé, necesito que te escondas aquí por unas horas, sabes como hacerlo. —Pide nervioso, las manos le tiemblan mientras acomoda al niño entre las mantas—, estamos jugando, y sabes que no debes salir hasta que yo llegue a buscarte.

—No mami, tengo miedo —se queja el pequeño y se abraza a su madre.

A Louis le hubiese gustado decirle que él también lo tenía, pero debía de ser fuerte por los dos.

—Tranquilo, todo estará bien, quédate y canta la canción que te enseñe. Y por favor, no abras la puerta hasta que yo te busque ¿Está bien?

Aun asustado y sin entender casi nada, el niño asintió y se abrazó más hacia el pequeño muñeco de oso que traía consigo. Louis cerró la puerta con llave y la guardó dentro de su zapato. Dio una respiración profunda para tranquilizarse y fue hasta la puerta cuando escuchó el primer toque.

Su pesadilla de todos los días, lo que le daba ganas de morir y hacía cada segundo de su existencia miserable, entró por esa puerta.


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Encerrado en su habitación, el omega no dejaba de llorar mientras abrazaba la pequeña urna de color blanco y al osito que tenía ojos de botones y las costuras gastadas. Los había mantenido escondidos dentro de una caja de zapatos en la cual había guardado lo poco que había podido mantener de su bebé. Unos calcetines, la primera ropita que le puso cuando nació y una foto suya, la única que tenía.

Aquella caja de zapatos había estado guardada en el fondo de su closet, lugar en donde pensó que nadie podría encontrar aquello. Pero se había equivocado.

Sí, Louis había perdido a un bebé. A su pequeño cachorro. Un infante que ni siquiera llegó a cumplir los tres años, ni aprender a leer o a contar los números hasta el 10.
Claramente había mentido cuando le dijo a Margaret que no entendía lo que era sufrir una pérdida, especialmente una que se trataba de un hijo. Pero la terrible verdad era que sí lo sabía, que él si cargaba con ese dolor todos los días de su vida y que las palabras crueles de la mujer le habían calado muy adentro.

Ella tenía razón, él ya no era madre de nadie y había perdido para siempre a quien juró cuidar con su vida. A quien le prometió que vivirían una vida bonita, que escaparían de los horrores que pasaban día a día y que olvidarían todo el daño que sufrieron.
Pero su pequeño niño murió, y Louis quedó solo con todo ese dolor.

i was lost until I met youDonde viven las historias. Descúbrelo ahora