Capítulo 2

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Jardín

Tomé un libro de la repisa y me senté en el alféizar de la amplia ventana a leer. Afuera, los pétalos blancos caían sobre el césped verde, semejando copos de nieve. Las rosas se marchitaban.

Asomé impaciente la cabeza por la ventana, esperando ver a Alex. El chico venía cada dos días después de clases a regar las flores. Junto a su padre, Julio, se encargaba del jardín en la entrada de la casa y el sembrado en el patio.

En otro momento, habría sacado mi cuaderno de bocetos y los marcadores para dibujarlo. Hoy no me sentía con ánimos.

Tomé clases de dibujo en mi antigua ciudad. Mis padres decidieron que no podía desperdiciar mi talento, así que me escribieron en un curso profesional de dibujo. Con el tiempo aprendí las técnicas básicas y como emplearlas. No creaba obras maestras, pero estaba satisfecha con los resultados.

Un día por descuido dejé caer uno de mis dibujos desde la ventana. El despiadado papel flotó hasta caer justo delante de los pies de Alex. Esa fue la primera vez que nos vimos.

—¡Mierda! —grité al soltarse el dibujo. Deseando que, por un azar del destino, la hoja se incendiara en el aire.

Bajé los escalones corriendo, tratando de recorrer en el menor tiempo posible la distancia desde mi habitación al jardín. Me detuve un segundo a pensar lo que le diría.

El chico miraba el papel fijamente. Intente descifrar la expresión en su rostro antes de hablar.

—Hola —le dije, llamando su atención.

Sus ojos verdes se fijaron en mí. Recorrió mi cuerpo de arriba abajo en una breve evaluación.

—¿Es tuyo? —la voz le sonó un poco ronca.

—Sí. —Sentí la sangre acumularse en mis mejillas. Lo había dibujado sentado junto al rosal, descansando. Enfatice los detalles de su sonrisa y del lunar bajo el ojo izquierdo—. Estaba haciendo un proyecto escolar sobre el trabajo juvenil —me justifiqué—. Tú ayudas a tu padre, ¿verdad?

Arqueó una ceja, y yo sentí como el suelo se abría bajo mis pies.《¿De verdad, Ana? ¿No se te ocurrió algo mejor?

—Sí, desde niño —volvió a lanzarme esa mirada evaluadora—. No te había visto antes.

Oh, es que me mudé recientemente y no suelo salir mucho de casa. Soy Ana Hayes.

Le extendí la mano. Me miró extrañado, como si hubiera algo en mi mano que le impidiera tocarme. Después de unos minutos, la estrechó en un apretón fuerte y seguro. Sus manos grandes y callosas rodearon las mías más pequeñas.

Los mechones color miel de su cabello, húmedos por el sudor, gotearon sobre nuestras manos. Él la apartó rápidamente para sacar un pañuelo del bolsillo de sus vaqueros y limpiarse la frente.

—Lo siento —dijo guardando el pañuelo—. Hace mucho calor.

Vestía una camisa verde de mangas largas, ajustada a sus definidos músculos. Los botones abiertos de su camisa dejaban entrever una delgada cadena de plata con un un fino dije de estrella. Bajé la vista a sus pies, calzaba botas de agua de color negro. ¿Terminaste la evaluación?, me reprendí mentalmente.

Le hice un gesto para que me devolviera el dibujo. Él le echo un último vistazo antes de entregármelo.

—Me encanta, Ana. Tienes un talento increíble —se dibujó una sonrisa genuina en sus labios.

Agarré mentalmente una pala y cavé más profundo el agujero. "Tierra, ya sabes qué hacer".

Con disimulo oculté el dibujo detrás de mí.

—Yo también dibujo —continúo—. Sobre todo en óleo. Por ahora es un hobby, pero quiero convertirlo en mi profesión en el futuro.

Aquello me sorprendió, no tenía el aspecto bohemio de los artistas.

—Si quieres, podemos dibujar algo juntos —solté, sorprendiéndome a mí misma.

Añadí el cemento para terminar de cubrir el hoyo que yo misma había cavado.

—Me encantaría —dijo para mi sorpresa—. Por cierto, soy Alexander —me dio un beso en la mejilla—. En los Álamos saludamos así. Bienvenida.

Desde ese día, nos encontramos todos los sábados en el parque para dibujar. Hicimos un trato, por cada técnica de dibujo que le enseñara, él me regalaba una flor.

Levanté la vista al jarrón de porcelana blanca encima de mi escritorio. Estaba vacío, sin flores. Faltaba el ramo de rosas rojas que me regaló Alex por mi cumpleaños número diecinueve.

Devolví el libro a la repisa. El sol comenzó a ocultarse, otorgándole al cielo una paleta marrón y naranja. ¿Dónde estaban todos?

Aburrida, fui al cuarto de mi futuro hermano. Recién lo terminamos de pintar. Julia, mi mejor amiga, vino a ayudarnos a decorarlo. Nos divertimos llenando la habitación de colores y pegatinas.

Las piezas de la cuna estaban apiladas en una esquina esperando armarse, al igual que la pequeña cómoda y el armario. En uno de los postes colgaba el talismán de mi hermano. Sacudí con la mano una mota de polvo invisible sobre la trompa del elefante gris. En mi familia teníamos la tradición de asignarle un animal a los recién nacidos. Mi abuela decía que el espíritu siempre estaría a tu lado, protegiéndote.

Examiné impaciente la hora en el teléfono, las seis en punto. La cobertura no había vuelto o mi teléfono estaba roto. Instintivamente, me llevé una mano a la mariposa de cristal en mi cuello. ¿Qué está sucediendo?

Volví a mi habitación. Tomé del closet de pared una blusa larga de color verde y unas mayas negras. De zapatos elegí unos tenis, pedalearía hasta el pueblo.

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Del otro lado del lago (Completa)Where stories live. Discover now