Capítulo 3

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Caronte

Todas las casitas tenían el mismo diseño achatado y fuera de época. Estaban pintadas únicamente con tonos pastel, la única gama de color aprobada por el consejo de ancianos.

Caminé bajo la sombra de las farolas antiguas, que se mantenían allí únicamente para darle un toque retro a la plaza. La iluminación se hacía con bombillas, pero a pesar de ello, los turistas disfrutaban tomarse fotos en ellas y sentarse en los bancos de hierro para leer sobre la historia local.

El sol terminó de ocultarse tras las altas montañas. Había transcurrido medio día envuelta en una niebla de incertidumbre. Las calles continuaban desiertas. Los puestos habituales de comida rápida, los locales de juego y las tiendas de moda, vacíos.

Aparqué la bicicleta debajo de una de las farolas. En uno de los banquillos había un hombre asando mazorcas de maíz. Suspiré aliviada por encontrar a alguien en este pueblo fantasma.

Me acerqué con cautela. El vendedor llevaba pantalones de lino combinados con una elegante chaqueta negra de gruesos botones. Continuó la preparación sin prestar atención mi presencia.

—Hola. —El hombre dio un salto de sorpresa al escucharme.

—Perdóneme, no la he visto —se disculpó. Realizó una media reverencia a forma de saludo—. Es un gusto ver a alguien como usted aquí.

Carraspeé. ¿A qué se refería con "alguien como yo"?

—Disculpe, no quería molestarlo.

—Oh, no es ninguna molestia. Me gusta recibir visitas. —Pinchó una de las mazorcas con un palito y me la ofreció—. Es para usted, señorita.

—No gracias, no tengo apetito.

Bajó la cabeza, sonriendo educadamente. ¿Qué le resultaba tan gracioso?

—Estos le gustarán, son especiales.

—Gracias, es usted muy amable. Pero como le dije, no tengo apetito —repetí—. Por casualidad, ¿sabe dónde están las personas del pueblo? ¿Sé adelantó el festival?

El hombre me miró confundido.

—¿De qué habla? Están todos aquí.

Recorrí con la mirada la desolada plaza.

—No, no hay nadie.

Formó una "O" con los labios, comprendiendo lo que le decía.

—¿Sabía que las mariposas, si se lo proponen, pueden volar durante una tormenta? —divagó.

Rodé los ojos. ¿A qué venía esa metáfora?

—Eh, gracias por su tiempo. Debo buscar a mis padres.

—Hasta pronto, mariposa.

Volví hacia mi bicicleta, alejándome lo más rápido posible de aquel extraño hombre.

—No temas volar —gritó a lo lejos.

Pedaleé hasta el Caronte, el restaurante donde trabaja mi amiga Julia. Se encontraba al final de la plaza. Al igual que los otros establecimientos, estaba decorado en blanco y azul en honor a la deidad local.

Los grandes ventanales dejaron entrar la brisa. Me froté las manos contra los brazos, sintiendo un escalofrío.

—¿Hola? ¿Hay alguien?

Avancé por el suelo de granito hasta el círculo en el centro con el nombre del local. Las mesas rústicas de madera estaban vacías, con las sillas entreabiertas. El viento hacía ondear las cortinas blancas de gamuza, dándole un aspecto fantasmal.

Del otro lado del lago (Completa)Where stories live. Discover now