Capítulo 29

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Me froté los ojos, luchando contra el sueño. Tenía las manos hinchadas y adoloridas de tanto escribir.

—Deberías descansar —dijo el señor Andrade, preocupado. El fantasma estaba sentado en la amplia ventana de mi habitación, cigarro en mano.

—No lo haré hasta que termine esto. —Señalé la transcripción del libro. Con la ayuda de Andrade, estaba confeccionando uno nuevo, uno que pudiera ser leído por todos—. Debo terminar las correcciones a tiempo.

—Ana, llevas desde ayer en esto sin descansar. Recuerda que tu cuerpo es humano, temo que sufras un colapso.

—Prometiste ayudarme —le recordé.

—Prometí ayudarte, no presenciar tu muerte. —Tomó una bocanada de humo antes de soltarla en formas circulares—. He salido de mi santuario para venir hasta aquí.

—Lo siento, mis padres después del último atentado, han tomado medidas drásticas.

Cubrí mi boca con una mano, este era el cuarto bostezo en menos de cinco minutos. Andrade tenía razón, necesitaba descansar.

—¿Tú escribiste el libro?

Andrade negó.

—No, pero me hubiese gustado. —Miró a las hojas aún en blanco entre mis manos—. Sospecho que lo hizo Mario, pero no tengo pruebas. Nadie más conocería los detalles íntimos.

¿Cómo no lo había pensado antes? Siempre había sospechado de Bertha, pero tenía más lógica que Mario hubiera sido el responsable.

—Terminaré el final y luego descansaré.

—Está bien. Aún tengo detalles que añadir, pero no serán míos. Solo una persona en este pueblo conserva recuerdos de eventos pasados. Es única.

—¿Marián? Vi un cigarro en su casa la primera vez que fui. No creo que la anciana fume, por lo menos, al menos no ese tipo de cigarros.

Andrade frunció el ceño.

—Prefiere que la llamen por su antiguo nombre.

—¿Cuál es? —pregunté intrigada.

—¿No ibas a escribir?

Volví mi atención a las hojas. ¿A qué se refería su otro nombre? Intuía que tenía algo que ver con el retrato de la chica con la letra B. ¿Bertha sería su abuela?

Tomé la pluma y continué añadiendo cada detalle faltante de la historia. Wendy había accedido a sacar copias del libro y distribuirlo. La señora Alisa ayudaría con los gastos de impresión. Pronto, cada ciudadano tendría acceso al libro y la niebla sobre la historia de Alba, al fin se dispersaría y con ella la maldición.

—Ana, despierta —escuché una voz en la distancia. Froté mis ojos, adormilada. ¿Cuándo me había quedado dormida?

Alex estaba apoyado en el marco de la puerta, esperando que le diera permiso para entrar.

—¿Qué haces aquí?

—Lo siento, no quise despertarte. Vine a verte y saber cómo estás.

Me incorporé lentamente, sintiéndome sumamente agotada. Le hice señas a Alex para qué ocupara un espacio junto a mí en la cama. Le di un rápido beso en los labios antes de bajarme.

—Dame un minuto para ponerte presentable.

Tomé la toalla y me dirigí al baño. Opté por una ducha fría, necesitaba despertarme. Antes de salir, me lavé los dientes y me puse una bata roja parecida a la que uso Julia de pijama.

—¿Cuánto tiempo he dormido? —pregunté mientras secaba mi cabello.

—Llevas casi todo el día durmiendo, tu mamá dice que escribes desde anoche. También que has estado hablando sola.

Puse los ojos en blanco.

—Ella no entiende..., a mí también me cuesta entender—confesó.

—Lo sé.

Tendí la toalla en la ventana. Alex permanecía sentado en la cama, con los pies hacia afuera. Recorrió mi cuerpo en busca de heridas invisibles.

—¿Te sientes bien?

—La verdad, no.

—Es normal, ayer sufriste un accidente. Otro más.

Asentí. Tal vez era momento de explicar los "accidentes". Todos estábamos en peligro en estos momentos. Habíamos dejado entrar al lobo en casa.

Subí a la cama. Alex se movió un poco hacia arriba para permitirme sentarme entre sus piernas. Cansada, apoyé la espalda en su pecho.

—No estoy mal por eso, descubrí.... —Negué con la cabeza—. Olvídalo.

Alex rodeó mi cintura con sus brazos, atrayéndome hacia él.

—Nos dieron permiso para pasear sin alejarnos mucho de la casa —susurró en mi oído—. Me debes una cita.

Sonreí al escuchar sus palabras. Sí, le debía una.

—No te preocupes, iremos a un lugar seguro. Tal vez algún búnker o en un carro blindado —bromeó.

Me volví a él quedando a horcajadas sobre su regazo. Apoyé mi cabeza en su pecho. Podía escuchar a través de la tela los latidos de su corazón, tan acelerados como los míos.

—Tengamos nuestra cita aquí.

Alex asintió, captando el sentido de mis palabras. Estaba lista para dar el siguiente paso. Sus dedos dibujaron espirales en mi espalda, haciéndome estremecer.

—Ana, no tenemos que llegar hasta allí si no quieres.

Levanté la cabeza, sonriendo.

—Lo sé.

Sus ojos verdes brillaron de deseo.

—¿Estás segura?

Asentí.

Nuestras bocas se fusionaron en un beso profundo y ardiente. Iniciamos una guerra de caricias donde nuestras lenguas y manos eran las armas. Cada uno exploró al otro, memorizándolo.

Alex se apartó un poco para levantar la bata.

—¿Sabes que el rojo es mi color favorito? —preguntó en un ronroneó.

Lo ayudé, levantando los brazos por encima de la cabeza.

—Quizás —sonreí.

Intente sacar su camisa, pero mis manos torpes se enredaron con los botones. Él, sin dejar de reír, la apartó a un lado. Luego, se deshizo del pantalón.

—Te amo, Ana —susurró mientras apoyaba con ternura mi espalda en el colchón. Sacó un paquete plateado de su billetera y lo abrió.

Mi cuerpo tembló de anticipación cuando volvió a la cama.

—Si en algún momento te sientes incómoda, me dices.

—Lo haré.

Trazó un camino de besos por todo mi cuerpo, relajándome. Me besó tanto que pensé que Alex creía que mi piel era el universo y él, un pintor de estrellas.

Solo cuando estuve lista, entro en mí. Me obligó a abrir los ojos para comprobar que estaba bien. Le respondí con una sonrisa. Él la imitó, regalándome dos perfectos hoyuelos.

Un interruptor dentro de mí se encendió cuando comenzó a moverse. Calor emanaba sin control de mi cuerpo a medida que sus manos inquietas lo exploraban y nuestras caderas chocaban como un mar bravío contra las rocas. Nos besamos hasta que el tiempo se detuvo y solo entonces, llegamos al final, juntos.

—Te amo —susurré contra su pecho desnudo. Nos habíamos quedado abrazados al terminar, por minutos o tal vez horas—. En esta vida, y en la próxima.

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Del otro lado del lago (Completa)Where stories live. Discover now