Extra 2

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Mario

Imaginé que la mancha en el techo adoptaba la forma de una azucena. Había estado observándola por lo que parecían décadas.

—Mario —escuché la voz suave de mi hermana—. No puedes seguir así.

Volteé la cabeza hacia su dirección. Apenas podía divisar su figura y eso me dolía más que los huesos rotos que parecían nunca sanar. Haber perdido la visión a veces era un consuelo. No quería ver la cara de tristeza de Berta cada vez que curaba mis heridas o cuando me acompañaba al lago a visitar a Alba.

—Lo siento —dije incorporándome.

Bertha acarició mi mano como lo había hecho desde que era niño. Sabía que en nuestro exilió se dedicó a cazar a los Vera, escuché la noticia mientras me recuperaba. Nunca fui capaz de reprochárselo, tanto dolor nos había cambiado a ambos.

—¿Me acompañarás al lago hoy? —pregunté.

Solía ir cada tarde a hablar con Alba tras volver a Los Álamos. Sentía que estaba allí, en el mismo lugar donde fue injustamente asesinada. Todos creían que se trataba de un suicido, solo Bertha y yo conocíamos la verdad. Cerré los puños. Los hijos de los hombres que habían causado su muerte ahora dirigían el pueblo. Nos prohibieron acercarnos a ellos y a Elisa a cambio de permanecer aquí.

—Lo siento Mario, iré con nuestro padre.

Fruncí el ceño.

—Ellos no son nuestra familia. Abandonó a mamá cuando apenas éramos unos niños —gruñí—. Tampoco hizo nada cuando estuve preso y mamá murió de tristeza. Se conformó con ser solo un espectador de nuestra tragedia.

—Él no tuvo la culpa de lo que nos pasó, los Vera y Alonso sí. Por eso... —tragó—. Lo siento. Sé que no te gusta, pero debemos agradecerles que nos hayan ayudado en nuestro regreso y con tus medicamentos. No te pido que los perdones.

Extendí mi mano para acercarme a ella.

—Detente ya, Bertha, todos hemos sufrido demasiado. Lo que ellos te enseñan no es natural. La magia no cambiará nuestro pasado.

—Pero si cambiará nuestro futuro —replicó—. Es la única forma de conservar mis recuerdos tras mi muerte, de detener esta injusticia. No descansaré hasta que todos paguen por lo que hicieron.

—¿Te estás escuchando, hermana? Está no eres tú. Por favor, detente.

Ella se alejó de mí. Cada vez la sentía más distante.

—¿Por qué no continúas tallando la libélula? Mañana te llevaré al lago.

Suspiré.

—Está bien, puedes traerme mis herramientas.

Escuché a Bertha sonreír. Buscó las herramientas que utilizaba para tallar y agarrando mi mano para colocarla sobre cada una me indicó su posición.

—Está quedando hermosa —admitió—. Estoy segura de que a Elisa le encantará.

Sonreí con tristeza. No había podido ver a mi hija ni hablar con ella. Habían cambiado su apellido y le habían ocultado el nombre de su madre.

—Entenderá todo cuando llegué el momento.

Asentí.

—Tengo otro pedido para ti, necesito que hagas más dijes.

La miré extrañado.

—¿Otros?

—Pondré magia en cada uno de ellos. No importa cuántos años tenga que esperar, una de ellas acompañará al elegido y solo entonces, estaremos todos juntos para apoyarlo.

—Bertha...

—Sé que no crees en la maldición, y no te culpo. Pero por favor, ayúdame. Debes ser tú quien lo haga.

Asentí sin estar del todo convencido. Ella me dio unos golpecitos en el hombro, animándome.

—¿Qué animal harás? —preguntó.

Me encogí de hombros.

—No lo sé, tal vez un oso... o una mariposa.

 o una mariposa

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Del otro lado del lago (Completa)Where stories live. Discover now