Capítulo 10 Parte 1

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"La Dama Azul"

Anónimo

febrero, 1890

Alba se sentía como las muñecas de porcelanas que ponen en exhibición en las jugueterías, y lo parecía, con todas aquellas capas de tul azul celeste y las mejillas sonrosadas. Le habían aplicado tanto maquillaje que la piel le comenzaba a escocer.

Molesta, recorrió con la mirada el incómodo vestido y los zapatos tornasolados de tacón alto que sus padres le obligaron a usar.

El peinado era lo peor, tan ajustado, que Alba temía que se le desprendiese el cuero cabelludo. Masajeó con cuidado los mechones dorados de su cabello, aliviando el punzante dolor de cabeza.

—Sin mangas —ordenó su madre al ver que las costureras la cubrían. —El escote abierto, pero recatado —precisó—. Tenemos un producto que mostrar.

Una de las sirvientas le colocó un sencillo collar de esmeralda en forma de pez. Al alejarse, le guiñó un ojo. La joven frunció el ceño, confundida. La joya no era nada extravagante en comparación con los otros adornos que llevaba puesto.

—Alba, sonríe. Parece que vas a un funeral —le dijo su madre. Alba le dedicó una sonrisa lineal, no tenía ánimos de fingir alegría.

—Perfúmenla bien, y apliquen más rubor a las mejillas. Se ve muy pálida —dijo su madre al dar las últimas indicaciones antes de marcharse.

Alba se mantuvo quieta, inmutable, como le habían enseñado, mientras las sirvientas terminaban de pulir los últimos detalles.

La habían levantado en plena madrugada para prepararla a tiempo para sus 15 años. Nadie le preguntó su opinión, para ellos, Alba solo era un medio a su disposición. La celebración, a la que asistirían todas las personalidades de la alta sociedad de los Álamos, no era más que una tapadera ideada por la familia Vera para presentar a su hija menor como disponible al matrimonio.

Los Vera habían perdido toda su fortuna al invertir en un negocio fraudulento. La única esperanza de salir de la bancarrota era casar a la problemática Alba con un partido que cubriera los gastos excéntricos de la familia y recuperara lo perdido en la inversión. A la hija mayor, Mariana, la habían casado con un inglés que heredaría una considerable fortuna, pero el proceso duraba demasiado y los Vera no tenían tiempo para esperar.

Alba odiaba a su familia. "Odiar", era una palabra demasiado pequeña para lo que realmente sentía. La obligaron a sentarse en el medio del salón, a soportar a hombres que bien podían ser su padre o su abuelo. Los pretendientes le besaban la mano y le obsequiaban regalos intentando ganarse su afecto. Alba les sonreía tímidamente y los invitaba a hablar con sus padres.

No le importaba la fortuna ni la posición social de los hombres que intentaban cortejarla. En su corazón, solo había espacio para uno: Mario.

Se conocieron un día en que la madre de Mario, Doña Irma, le encargó a su hijo entregar una carta del alcalde. La inaguración oficial de los Álamos sería en unos días y ella estaba ocupada preparando el banquete que donarían los Vera al evento.

Alba huía apresurada de la mucama que la perseguía para obligarla a bañarse. La niña se escondió detrás de una estatua, fingiendo ser invisible. Fue entonces cuando vio entrar a un delgado niño de cabello negro por el gran salón, llevando un sobre en la mano.

La niña asomó la cabeza entre los brazos de una estatua, asustándolo.

Mario observó con curiosidad las manchas de tierra en el vestido de seda y las pequeñas florecitas amarillas en su cabello dorado, provenientes del jardín central. Tenía la piel tan blanca que no pudo evitar compararla con una de las estatuas que adornaban el salón principal.

Del otro lado del lago (Completa)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant