Capítulo 25 Parte 2

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Aproveché que el gentío comenzaba a aglomerarse en la pista de baile para disfrutar del bufé. Raúl tenía razón, no habían escatimado en recursos para el festival de este año. Cada centímetro del salón reverberaba su alto ego.

El doctor Lewis me rozó el codo al pasar cerca de la mesa de postres. Inclinó la cabeza a modo de saludo y se dirigió a la mesa de los familiares de los líderes. Apartó la silla junto a Sofía, la nieta de Edgar. La chica lo abrazó emocionada al verlo. ¿Saldría con ella también? Ciertamente, Lewis parece haber conquistado más de un corazón con su adorable sonrisa y algún que otro talento.

Regresé junto a mis amigos después de devorar una buena porción del buffet. Después del tiempo de baile, harían la presentación de los candidatos a las elecciones. Julia le contaba a Raúl que Edgar se retiraría, dando paso a un miembro más joven de su familia.

—¿Me he perdido de algo? —pregunté.

—No —respondió Raúl—, pero el ambiente se ha vuelto más tenso.

Alex buscó mi mano por debajo de la mesa.

—¿Bailamos? —La música había disminuido a un ritmo más lento. Las parejas se apresuraron a la pista, agradecidas por el sutil cambio.

Sonreí avergonzada.

—Tengo dos pies izquierdos —le aseguré—. ¿Y si piso tus adoradas botas?

Alex emitió una risa ahogada.

—Admítelo, te gustan mis botas.

—No —sonreí—. Me gustas tú.

—Demuéstramelo —ronroneó.

Nos alejamos de la mesa en busca de nuestro propio espacio privado. Alex se detuvo frente a mí. Por unos instantes, solo nos quedamos detallando cada centímetro del otro ser. Hablamos únicamente en ese lenguaje que solo aparece cuando dos almas conectan. En esos breves segundos, expresamos lo que sentíamos, lo que habíamos callado y lo feliz que estábamos de darnos una oportunidad.

Cuando una nueva canción comenzó, Alex me atrajo por la cintura, y yo enredé los brazos alrededor de su cuello. Bailamos a nuestro propio compás sin importarnos la melodía procedente de los altavoces.

—Te amo, Ana —susurró en mi oído. Escucharlo confesar las palabras que había escrito en su carta de despedida provocó mariposas en mi estómago. Nuestra relación sería fugaz, pero nuestro amor, transcendería la muerte.

—Y yo a ti, Alex.

Él frotó la nariz con la mía en un beso esquimal. Luego bajó a mi labio inferior, mordiéndolo. Su lengua bordeó la comisura de mi boca en una tortura lenta. Separé más los labios, anhelante. Alex depositó un beso suave, luego otro, hasta que no pudo más y me besó de un modo salvaje, hambriento. Mis manos subieron hasta su cabello y se enredaron allí, entre esos perfectos mechones color miel.

Nuestros alientos se mezclaron, insaciables. Cada minuto que pasaba necesitábamos más del otro. Alex bajó sus manos hasta el final de mi espalda. Presionó la base de mi columna, atrayéndome a él. Gemí, queriendo más de lo que me podía ofrecer en público.

Traté de alejarme un poco, recordándome a mí misma que estábamos en un baile, frente a cientos de personas que ahora nos miraban con indiscreción.

—Ana... —jadeó contra mis labios. Retrocedió un poco para verme a los ojos y sonreír.

—Alex. —Podía sentir las mejillas calientes y el latir acelerado de nuestros corazones por encima del murmullo.

Alguien tosió, recordándonos que no estábamos solos. La música se había detenido y todos aguardaban desde las mesas la inauguración de la segunda parte del baile.

Del otro lado del lago (Completa)Where stories live. Discover now