Capítulo 9

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Marián

Toqué con esperanza la puerta de la bruja. Me aseguré de imprimir la mayor fuerza posible a cada golpe, quería que me escuchara. Si alguien en Los Álamos sabía de maldiciones y espíritus deambulantes, era ella. O eso decían.

Al quinto toque me abrió una anciana en un piyama de terciopelo rojo. Llevaba una redecilla en la cabeza llena de agujeros por los que se escapaban mechones canosos de cabello. Por unos momentos pensé que había tocado en la puerta equivocada de no ser la única casa en toda la colina.

Me dedicó una cara de pocos amigos cuando reparo en mí.

—¿Qué quieres?

—¿Puedes verme? —pregunté.

Alzó una ceja, recalcando lo obvio. Mi corazón dio un salto de emoción, lo había logrado.

—Soy Ana, sé que no me conoces o puede que sí, en fin, necesito tu ayuda.

—¿Y por eso tienes que tocar así mi puerta en plena madrugaba? —gruñó.

—Lo siento, yo...

La anciana hizo una seña para que me callara. Dedicó un momento para analizarme. En sus pálidos ojos marrones pude ver un destello de sorpresa al descubrir lo que era.

—Sabes que eres el primer fantasma que toca la puerta, ¿verdad? —alegó con ironía.

—No quería asustarla —expliqué. Aunque por dentro quería hacerlo, la señora se daba ciertos aires de grandeza.

—Niña, he visto cosas que ni te imaginas. —Hizo una mueca de disgusto antes de abrir la puerta—. Vamos, pasa.

La seguí adentro.

Me hizo un gesto para que me sentara en la pequeña mesa de la cocina. Tomó la tetera y se puso a hacer té mientras tarareaba una extraña melodía. Aproveché la distracción para echarle un vistazo a la casa.

Desde mi posición, la sala parecía acogedora, estaba conformada por un sofá en el centro y dos butacas a los lados. Los muebles estaban cubiertos por un mantel ovalado  tejido con pentagramas de diversos colores. En el centro de la sala había una mesita de madera, algo ladeada. Sobre ella, se encontraba otro mantel tejido a juego con el de los muebles y un cenicero de cristal, sin rastros de ceniza.

No tenía televisor, pero contaba con un amplio librero de extraño aspecto. Las carátulas de los libros variaban dentro de la escala de grises y negros, predominando el último. Grabados en un idioma que no conocía, adornaban el lomo de los raros libros.

La bruja agarró un manojo de hierbas de los ganchos de la cocina y lo arrojó dentro de la mezcla. Solo reconocí la menta, la caléndula, y el áloe entre ellos. Continuó dándome la espalda, así que proseguí con el escrutinio.

Incliné la cabeza, mirando a través del estrecho pasillo. Vi una puerta de cedro al final, entreabierta. Por la abertura aprecié movimiento de sombras. La sensación de alguien observándome me erizó la piel. ¿Había alguien más?

—¿Ya terminaste de revisar la casa?

Bajé la cabeza, apenada. No pude evitar sentir curiosidad al estar en la casa de una bruja.

—Discúlpeme, bruja. No se repetirá.

—¿Bruja?, me llamo Marián. —Cerró los ojos y contó hasta 10—. Una mujer sabe de herbología y astrología, ¡y la llaman bruja!

—Pero, ¿es una bruja? —pregunté. La esperanza cayó al suelo, rompiéndose en miles de pedazos.

Me fulminó con la mirada, perdiendo la paciencia. La señora parecía tener problemas de control de ira.

Del otro lado del lago (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora