Capítulo 3

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Nydia

Antes de que entrásemos en la atmósfera del planeta, mi estómago me avisó. No solo la cápsula giró para hacer la reentrada, sino que escuché algo deslizándose desde dentro. Pero eso no fue lo peor, eso llegó después de un buen rato, cuando padecí una brusca sacudida que envió mis pies a mi cerebro. Otro breve período de relativa calma, para después experimentar un golpe seco seguido de otro a los pocos segundos. Según mi estómago, habíamos tomado tierra, y la cápsula se había tumbado.

¿Han visto algunas de esas películas de astronautas? De esas futuristas, onde se usan cápsulas como esta, tipo Star Trek. Pues bien, en todas, absolutamente todas, la cápsula dejaba al ocupante boca arriba. Pues he de deciros, que la realidad no es esa. La gravedad estaba aplastando mis rodillas. Menos mal que tenía puesto uno de esos arneses de seguridad tipo a los de las montañas rusas super rápidas, porque ese chisme estaba sujetando el resto de mi cuerpo para no quedar pegada contra el suelo.

No he sido una persona claustrofóbica, al menos antes, pero supongo que verte encerrada en un ataúd de metal que está boca abajo, despierta esos instintos de supervivencia que todos llevamos dentro. Si apenas podía mover mis brazos ¿cómo demonios iba a salir de allí?

—22% de Oxígeno, la atmósfera el respirable. —dijo una voz mecanizada.

Escuché un clic seguido de una especie de silbido, como si se hubiese pinchado un neumático, y después la cubierta delantera se abrió, o lo intentó, porque se quedó a dos centímetros. ¡Genial! Traté de empujarme con las piernas, cargando con el peso de la cápsula a mi espalda, pero fue imposible moverla, pesaba como si llevase un camión a mi espalda. En fin, no había venido sola, así que mi única opción era esperar a que alguno de mis amigos viniese a darme la vuelta y sacarme de aquí. Ojalá no hubiesen caído demasiado lejos. No me quedaba otra, me preparé para esperar lo que hiciese falta.

A los pocos minutos empecé a escuchar algo que se movía a mi alrededor. Y no, no era uno de mis chicos, porque empecé a llamarles, y a parte de que no contestaron, descubrí que un hocico se colaba por la abertura de la cápsula para olisquear lo que había dentro. Me sentí aliviada cuando se fue frustrado porque su lengua no consiguió alcanzarme, pero me dio por prestarle mucha más atención a los sonidos que me llegaban del exterior, porque ese bicho no podía entrar, pero había algunos otros que sí que podrían, y sí, estaba pensando en serpientes. ¿He mencionado que tengo auténtico pánico a las serpientes? No es que me haya cruzado con ninguna en mi vida, soy una chica de ciudad y en la granja de la abuela no había de esas cosas. Pero el miedo está ahí. ¡Ah!, tampoco me gustan las arañas, y odio a muerte a los mosquitos. Ya lo he dicho todo, creo.

Escuché ruido de pisadas de nuevo acercándose, pero por las ramas que iba partiendo a su paso, parecía ser un animal más grande que el anterior. ¿Un oso? ¿en este planeta había osos? ¿No sería un dinosaurio? Al final eso me daría igual, los dos podía comerme si les daba la gana.

La cápsula empezó a girar, para finalmente caer de espaldas de forma brusca. Decir que estaba lista para defenderme es un eufemismo, pero sí que lo intentaría. ¿Saldría corriendo si gritaba? Al abrirse la cubierta descubrí que no era un animal lo que tenía frente a mí, sino una persona.

—Se encuentra bien. —Era un hombre, no uno de mis chicos, pero en ese momento, me sentí feliz de que hubiese sido él.

—Creo que sí. —respondí.

El hombre extendió su mano para ayudarme a soltarme del arnés de seguridad. No sé porqué pensé que no sabría como se hacía, ¿sería por sus ropas? Sí, era por eso. Su atuendo se parecía demasiado a lo que llevaría un caballero de la época medieval. Incluso portaba una espada colgando de su cadera. Y por lo que pude ver al ponerme en pie, no solo no estaba solo, sino que todos vestían igual. Un destello cruzó mi cabeza que estuvo a punto de hacerme reír, era como esas películas de viaje en el tiempo. ¿Había aterrizado en la corte del Rey Arturo? Sacudí la cabeza para sacar esa estúpida idea de ahí dentro.

—Tómese el tiempo que necesite, señora. —Le dediqué una agradecida sonrisa. El hombre era muy amable.

—Gracias, ya estoy bien. —Busqué entre los hombres que estaban detrás a mis chicos. Rigel no debía estar, porque no habría permitido que otro me sacase de allí, habría llegado el primero y se habría encargado de todo personalmente. Pero Kalos, o Silas... Nada, no los veía. —¿No han encontrado a nadie más? —El hombre arrugó el ceño ligeramente, pero no por ello perdió su sonrisa.

—Solo la hemos encontrado a usted, pero les diré a mis hombres que sigan buscando. ¿Cuántos de sus amigos han venido con usted?

—Tres. —respondí con rapidez.

—Que la patrulla siga buscando. Gore, tráete a uno de los hombres para acompañarnos al valle. —Los soldados, ahora estaba segura de que lo eran, montaron en ¿caballos?, podría llamarse así, y rápidamente se pusieron a buscar. Tenía que reconocer que eran rápidos. Si mis chicos habían tenido la misma dificultad que yo en el aterrizaje, seguro que agradecerían tener ayuda.

Kalos

Podía notar el balanceo de la cápsula en mis huesos. El paracaídas seguramente se habría enganchado en algún árbol y estaría flotando a varios metros del suelo. Solo esperaba que no fueran muchos, porque no había traído mis alas a este apresurado viaje.

—22% de Oxígeno, la atmósfera el respirable. —La compuerta se separó de la cápsula, mostrándome un desfiladero tan profundo como alto era un edificio de Naroba. Si no hubiese sido por el arnés de seguridad, habría ido directo a una muerte segura. Soy un soldado, la muerte no me asusta, pero no era mi momento. Tenía una misión que cumplir.

Sopesé mis opciones. No tenían buena pinta, hacia abajo no podía ir. Traté de girarme con cuidado, porque no sabía en qué estado se encontraban las cuerdas del paracaídas. La pared de roca frente a mí se fue desplazando para mostrarme el camino que seguía un pequeño rio allí abajo. Y finalmente, otra pared de roca igual de escarpada. Trepar por ella sería un infierno, puede que algo imposible para alguien acostumbrado a superar este tipo de obstáculos volando.

Tampoco podía quedarme allí esperando. Nydia estaba en alguna parte de este planeta, y no sabía si necesitaba mi ayuda. Mi prioridad era encontrarla y protegerla. No solo por la orden y posterior amenaza de Rigel, sino porque no podía perderla, a ella no. Puede sonar un poco enfermizo, pero veía en ella mucho más que una amiga. Ella me había dado una nueva vida, una con la que nunca me atrevía a soñar, así que no podía sino verla como a una madre. ¿y qué hombre no protegería a su madre? Yo, que nunca conocí a la mía, desde luego no.

No, nunca conocí a mis progenitores. Como todos los ángeles, fui engendrado, incubado y luego adiestrado para la lucha. Para nosotros la familia no era más que lo que te asignaban cuando ya no les servías. Te ataban a la tierra junto con una hembra que ya no estuviese en edad fértil, quizás en el hogar de otro macho. Esa era toda la familia a la que podía aspirar, a envejecer junto a otros de mi especie con los que no compartiría ningún vínculo consanguíneo.

Tomé aire profundamente, tenía que pensar en una manera de salir de allí. Tarde o temprano la gravedad haría su trabajo, y las cuerdas se partirían por el peso de la cápsula. Y si no era así, tampoco quería que este fuese mi ataúd. Colgado como un jamón para que me secara, no quería ni imaginarlo.

Mi cabeza volvió a mirar hacia arriba, buscando el lugar donde estaba sujeto, y calcular lo que me quedaba hasta llegar arriba. La única opción era trepar. Si fuese un rojo estaría chupado, pero aunque me costase, tendría que hacerlo si quería salir de aquí.

Con mucho cuidado rebusqué entre los compartimentos, todo lo que pudiese llevarme sería bien venido; comida, herramientas, un cuchillo, un comunicador... Cuando lo metí todo entre mi ropa solté el arnés y me descolgué. Empecé a trepar lentamente, asegurándome a cada paso de que no resbalaría. Así ascendí poco a poco. Me llevó su tiempo, pero finalmente alcancé el saliente de roca, pero para mi sorpresa, había alguien esperándome. Unos ojos de mirada afilada estaban sobre mí. No necesitaba que dijera nada, su mirada ya me decía que no era bien recibido.

El clan del viento - Estrella Errante 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora