Capítulo 36

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Rigel

No podía dejar de observar a mi pequeña. Seguía durmiendo plácidamente, incluso podría decir que sonreía. Y llevaba así todo el día. Según mi madre, esto no era normal. Los bebés lloran cada pocas horas para que los alimentes, o cuando hay que cambiarles el pañal, o cuando tienen frío... Pero mi bebé no parecía necesitar alimentarse, era... La primera vez que lloró la trajeron hasta aquí para que su madre le diese de comer, o al menos intentarlo. Pero fue entrar en la cueva y la niña calmarse. Es más, quedó en este estado de sosiego y paz que sorprendió a todos.

—Tiene que ser el kupai. No encuentro otra explicación.

No es que Silas fuese un especialista en bebés, pero conocía lo básico como para saber que la situación no era normal. Tanto él como mi madre intentaron comprobar que no le ocurría nada a la niña, pero en cuanto la alejaban de su madre, empezaba a inquietarse, y si la sacaban de la cueva, los llantos volvían a aparecer con una intensidad que asustaba. Al final se decidió mantener a la niña aquí, a unos codos de Nydia.

El comprobar si esto resultaba bueno para ella, si ella estaba bien, fue lo que nos advirtió de que los equipos electrónicos no funcionaban dentro de la cueva. Ningún sensor había funcionado aquí dentro. Nada tecnológico lo había hecho.

¡Ashi!, ¡Ashi! —Otro fanático intentó pasar a través del cordón de seguridad que habíamos colocado alrededor del kupai para proteger tanto al árbol como a Nydia.

—¡Atrás, por favor! —Tenía que darle su mérito a Ajax, él y los pocos soldados que ya habían renacido se habían puesto a trabajar en la seguridad de nuestra reina en el mismo instante que les pedí ayuda para protegerla. Como él dijo, allí donde esté la reina blanca, ellos la protegerían.

Convencerles de que mantuvieran en secreto su identidad había sido fácil, el que no sucumbieran al embrujo que ella desprendía a su alrededor fue más complicado. Aunque lo más difícil fue no sucumbir ante las peticiones de sus propios amigos y venidos. Todos querían acercarse, todo querían ver de cerca al hada Ashi que había venido a sanar a nuestro kupai. Y si eso no fuese suficiente, tenían que mantener a raya a aquellos no bendecidos que querían alcanzar al kupai para alcanzar una de sus semillas. No les servía el ver que no había ninguna flotando a nuestro alrededor. Todos querían su porción de milagro, y los no bendecidos no eran una excepción. Alcé la vista hacia Nydia, que seguía brillando ajena a toda la expectación que estaba causando, sumida en aquel extraño trance. Cuando dejase su puesto de embajadora de este milagro, tendría que hacerle algunas preguntas, entre ellas el por qué no había semillas. ¿Acaso era demasiado pronto? De momento nos conformaríamos con restaurar las gemas de los malditos.

Creo que no fui el único en notar el súbito cambio. La intensidad de la luz empezó a decaer, y con ella aquel hormigueo que me había acostumbrado a sentir desapareció. Se hizo un sobrecogedor silencio entre todos los que estábamos allí dentro, incluso en el exterior de la montaña dejó de oírse aquel constante rugido de la multitud que esperaba. Instintivamente giré la cabeza hacia el árbol, para encontrar a mi mujer descendiendo hacia nosotros. Cuando sus pies tocaron el suelo, las llamas sobre su cuerpo desaparecieron, sus cabellos dejaron de ondear al viento y perdieron su tonalidad rojiza para retornar a su color de siempre.

—¡Escudo! —Grité mientras depositaba a mi pequeña en los brazos de un sorprendido Silas. Después corrí hacia Nydia, porque sabía que su cuerpo colapsaría por tan prolongada expresión de su poder. Nada ni nadie impediría que la sacara de allí para llevarla a un lugar privado donde recuperase sus fuerzas.

Pero me equivoqué. Su aspecto era radiante mientras caminaba hacia nosotros, y sonría con ánimo, como si aquel despliegue de energía apenas la hubiese cansado.

—Nydia. —Susurré cuando la tomé entre mis brazos. Yo no fui el único que la necesitaba de vuelta, el llanto de nuestra hija la reclamó con urgencia.

—Tiene hambre. —Nydia depositó un fugaz beso en mis labios, para después ir a por nuestra pequeña.

El murmullo a nuestro alrededor empezó a crecer, recordándonos que la situación no había cambiado solo para nosotros. La guardia nos protegería, pero poco podrían aguantar frente a una multitud a la que acababan de arrebatarle el milagro que había venido a buscar.

—Nydia. —Silas no se atrevió a preguntar en voz alta, tan solo dejó que tomara a nuestra pequeña de sus brazos, y la siguió mansamente hasta un recoveco entre las raíces del árbol rojo donde se sentó para amamantarla.

—Mañana, cuando el sol toque de nuevo al kupai, él volverá a llamarlos. —Ella sonreía mientras trataba de guiar el pezón de su pecho en la boca de nuestra desesperada bebé.

Me giré para calmar a la multitud con aquella información, quizás así evitaríamos el motín que se preparaba, podía olerlo en el aire. No sabía si sería suficiente con aquella promesa, pero por fortuna, no sería yo el que se la diese. Mi madre acababa de atravesar el muro de seguridad que nos mantenía resguardados del resto, y por su expresión sabía que había oído las palabras de mi mujer.

—Les diré que se retiren a descansar, y que regresen mañana. —Ella seguro que podría convencerles, sería a la única a la que escucharían. La vi tomar uno de los recipientes que habíamos acercado con comida y agua, para subirse en él y así poder sobresalir por encima del muro humano tras el que estábamos. —¡Escuchad! —Su grito consiguió silenciar el intenso murmullo del otro lado. —El sol está demasiado bajo, sus rayos no alcanzan las ramas de nuestro árbol sagrado. Pero no desesperéis, mañana, cuando el sol lo toque de nuevo con su revitalizadora calidez, él volverá a sanar las gemas de los malditos. Ahora id a casa, descansad, y volved mañana con renovaba fe, pues el nuevo día traerá más renacidos. Y después de mañana vendrá otro día, y otro. El pueblo rojo volverá a lazar la cabeza con orgullo, pues la mancha que pesaba sobre nosotros habrá desaparecido. Hoy ha sido el primer día de una nueva edad, hoy será recordado como el día en que empezó el renacimiento del pueblo rojo.

Los vítores me hicieron sentir grande, poderoso. No porque yo hubiese tenía algo que ver en el echo en sí, sino porque yo era parte de ese nuevo tiempo. Mi madre era así, capaz de cambiar a la gente con sus palabras, de dar esperanza, de movilizar ejércitos y como hizo en el pasado, de abrir puertas que parecían cerradas. Ella fue el artífice de la paz que nos unió a las dos gemelas como un único pueblo. Ahora teníamos algo que nos volvería a unir de nuevo, un salvavidas que nos daba la posibilidad de llegar de nuevo a la orilla.

Advertí como nuestra guardia empezó a caminar lentamente hacia la salida del santuario, seguramente animando discretamente a los allí congregados a retirarse.

—Adiós a nuestros planes de actuar por sorpresa. —Se lamentó Silas. Apreté la mandíbula con fuerza. Por un lado, estaba el renacimiento de mi pueblo, la sanación de sus gemas gracias a Nydia, y por el otro la lucha por la vida de mi mujer, acabar con aquellos que intentaron matarla, y sobre todo castigar a los que envenenaron nuestro árbol. ¿Qué elegir? ¿Reparar el daño o castigar a aquellos que lo causaron?

—No dramatices, Silas. Solo nos hemos retrasado un día. —Giré bruscamente la cabeza hacia Nydia.

—¿Y mañana?, ¿y el resto de días? Mi madre les ha prometido...—No podía matar las esperanzas de todos aquellos que se habían quedado a la puerta de su sanación, no con una mentira.

—¿Quién ha dicho que no va a ser así? Es el árbol rojo el que despierta de nuevo sus gemas, no me necesitan a mí, yo ya hice lo que tenía que hacer aquí. —Aquello nos sorprendió a todos.

—¿Quieres decir...? —Nydia alzó su sonrisa hacia mí cuando le pregunté.

—El peligro nos acecha, Rigel, y cada uno tenemos una misión que cumplir. La mía es despertar a los durmientes y preparaos para enfrentar la batalla en las mejores condiciones posibles. La tuya es llevarnos a la victoria—me señalo—, y la tuya es evitar que nos detengan. —Le tendió la mano a Silas para que la ayudase a ponerse en pie. No tardé en estar a su lado para ayudarla en la tarea. —Juntos somos más fuertes, juntos vamos a vencer.

Y yo pensando que la que sabía dar discursos motivadores era mi madre. Mi mujer era igual de buena. 

El clan del viento - Estrella Errante 3Where stories live. Discover now