Capítulo 26

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Nydia

Sentí un golpe fuerte en mi interior, una patada directa a mi estómago. Era una tontería aferrarme la tripa, pero es lo que tienen los actos reflejos, que no puedes controlarlos. Traté de respirar profunda y lentamente para tranquilizarme, o mejor dicho, para tranquilizar al alien que tenía metido dentro. ¡Porras!, no quería decir que eso fuese malo, tan solo que me estaba dando una paliza desde el interior.

—¿Estás bien? —Rigel llegó a mi lado a medio vestir, señal de que estaba en el otro extremo de la habitación preparándose para salir. Él no quería despertarme, pero tampoco es que pudiese hacerlo con facilidad. El embarazo me había convertido en un koala. Y no lo digo por lo achuchable y redondito, sino porque se pasan durmiendo 22 de las 24 horas que tiene el día. Mires para donde lo mires, lo encuentras durmiendo en cualquier posición.

—Lo estaré cuando me saquen a este terremoto de aquí dentro. —Al menos ese había sido el plan cuando estábamos en Foresta. Ante un embarazo de una especie humana desconocida, Nomi había sugerido una cesárea, más que nada para evitar encontrarse con complicaciones. No sé quién tenía más miedo al parto, si ella o yo, y que tu médico estuviese de los nervios no me animaba demasiado.

—¿Otra patada? —Rigel acarició mi tripa con delicadeza, esperando sentir otro de los atléticos golpes de nuestra hija.

—Directa al estómago. —Se inclinó para depositar un suave beso en mis labios, quizás como compensación a mi sufrimiento.

—Si hubiesen sido gemelos no tendría tanto espacio para moverse. —Creo que puse cara de horrorizada.

—Dos, me muero si eso llega a pasar. —Pude ver la expresión triste de Rigel. Para los rojos gestar un solo hijo era un mal augurio, pues ese niño estaba condenado a no integrarse en el grupo. —No tienes que preocuparte, nuestra pequeña es medio Terrícola, y nosotros solemos nacer de uno en uno. —O de cinco en cinco, pero eso no era lo normal. —Le irá bien. Lo sé. —para mí era más que una certeza, era... No sé como explicarlo, pero algo me llevaba a pensar que sería una niña feliz.

—Nuestra princesa rosa. —Sus ojos se deslizaron sobre mi abultado vientre mientras le daba otra pasada con sus dedos.

—¿Rosa? —Rigel volvió la mirada hacia mí cuando pregunté.

—Es una mezcla entre rojo y blanco, una mestiza rosa.

—¿Así es como llamáis a los que son mestizos? ¿Les ponéis el color de los dos árboles de sus casas de origen? —Rigel movió la cabeza como para quitarle importancia, al tiempo que se ponía en pie para terminar de vestirse.

—Al principio eran rechazados por ambas casas, porque no parecían pertenecer a ninguna. Pero cuando una semilla anidaba en ellos, la casa escogida se enorgullecía de haber vencido a la otra parte. Era como una especie de batalla en la que la naturaleza del más fuerte se imponía sobre el más débil. Nuestra pequeña será una mestiza rosa hasta que sea elegida por una casa en su inseminación. —Acaricié mi vientre, tratando de alcanzar a ver el futuro, como si ya quisiera saber de qué color sería su piedra. Una imagen fugaz golpeó mi conciencia, como un recuerdo lejano. Pero yo sabía que no lo era, pues nunca había presenciado algo así. Vi una imagen de una joven de cabellos de un vibrante color caoba, labios sonrosados, y una piedra blanca brillando en el centro de su pecho. Todos los colores, incluso el verde de sus ojos, eran muy intensos, casi irreales. ¿Sería una visión del futuro? ¿O tal vez una mala jugada de mi subconsciente? Mejor lo guardaba para mí.

—Será la semilla del árbol blanco el que lo decida. —Le sonreí, para que pensase en Kalos y en el color de su piedra. ¿Y si al final nuestra hija conseguía una piedra azul? Se suponía que genéticamente yo tenía una alta predisposición para conseguirla, el que se cruzase una piedra blanca en mi camino cambió eso, pero la opción estaba allí.

—¿Tú también estás convencida de que el árbol de este planeta antes era de color índigo? —Habíamos tenido esa conversación junto a la hoguera, la primera noche después del descubrimiento del laboratorio. Silas decía que había muchas evidencias científicas que apuntaban a esa posibilidad, y la mayor de ellas era el propio Kalos.

—Si los veletas hubiesen descubierto el árbol cuando este aún brillaba, quizás tendríamos alguien a quién preguntar, puede que incluso alguno podría haber sido bendecido. Pero como no fue así, la única manera de comprobar eso sería curando el árbol. —Rigel dejó de ajustarse la daga al muslo. Ese tema le preocupaba.

—Ya hemos hablado sobre eso, Nydia. Está muerto, no puede curarse.

—Sigo diciendo que está enfermo, no muerto. ¿Acaso tú no estabas igual? —Percibí su zozobra, el recuerdo de las piedras negras que antes estaban en su pecho, y que ahora tenían un intenso color rojo. Pero finalmente endureció su expresión.

—No es lo mismo, y lo sabes. Yo seguía vivo, por eso mi piedra pudo ser salvada. Pero ese árbol, igual que los de las gemelas rojas, están muertos. Están llenos de podredumbre en su interior, no tienes hojas, no respiran. Solo son un tronco hueco relleno de asqueroso combustible.

—Está vivo, lo sé. Yo puedo intentar...—Lo habíamos hablado en una ocasión, o más bien discutimos sobre ello, pero no conseguí transmitirles lo que sentía aquella vez cuando toqué su árbol negro. Yo pude sentir la vida en él, no estaba muerto, sino dormido, en letargo. Solo necesitaba algo que lo despertase, como hice con sus piedras. Pero no sabía cómo hacerlo, ni siquiera sabíamos lo que había ocurrido en aquella ocasión. Fue algo fortuito.

—¡No! —me silenció—No vas a acercarte a ningún árbol negro. Si han contaminado todo lo que está cerca, también se contaminará tu piedra. Se volverá negra, como todas las piedras rojas. Y eres demasiado valiosa como para arriesgarnos a perderte.

—Pero... —Rigel se sentó a mi lado y tomó mis manos entre las suyas.

—Eres la reina blanca, Nydia. Si tu piedra se volviese negra, podrías perder tu trono. El gran Kupai, todo el planeta, volverían a quedar en manos del nuevo rey blanco, y todos lucharían para conseguir el trono vacío. Y ahora que saben lo que puede el Gran kupai hacer, eso significaría una guerra a muerte entre todas las casas. Eres la única que nos da estabilidad, mi amor. No podemos permitir que te arriesgues. Esto es más importante que cualquier árbol por sanar. —Posó su dedo sobre la piedra de mi pecho. Estaba asustado, realmente asustado, así que cedí para tranquilizarle.

—Está bien, nada de hacer de enfermera de árboles. —Pero no podía prometerlo, porque tenía que intentarlo. En algún momento.

—Déjame las heroicidades a mí, es mi trabajo. —Dejé que me ayudase a salir de la cama.

Menos mal que nos habíamos instalado en la vieja fortaleza, porque las camas eran mucho más cómodas que los catres o jergones donde dormían el pueblo veleta. Con tener cuidado de no comer o beber nada del interior, mi piedra estaba a salvo. Además, Silas había instalado un pequeño laboratorio en el que se analizaba todos nuestros alimentos.

¿Por qué estábamos allí? Pues porque era mucho más cómodo estar cerca del acceso a la plataforma orbital que viviendo en el poblado del Clan del viento. Mantener a una persona de guardia para ver si llegaba el rescate era algo poco práctico, si vivíamos lejos del ascensor orbital. Al final, el sentido común y la comodidad se impone sobre todo lo demás.

—¿Crees que hoy tendremos noticias? —Era la misma pregunta que le llevaba haciendo los últimos dos meses. Rigel sonrió con tristeza. Él también estaba cansado de traer siempre las mismas noticas; todavía nada.

—Ruega a las estrellas, a ver si esta vez tenemos suerte. —Besó mis labios antes de dejarme sola en la habitación. Bueno, no tan sola, estaba ese enorme bichito que revoloteaba en mi tripa.

—Bueno, pequeña. Más le vale traer buenas noticias antes de cuatro meses, porque no tengo ninguna gana de que lo primero que veas sea este planeta. —Aunque realmente a lo que tenía era miedo era a que algo saliera mal. Lejos de un médico, si algo se torcía... No quería ni pensarlo. El único al que podía recurrir en caso de necesidad era Silas, pero él parecía más aterrado que yo de que eso sucediese.


El clan del viento - Estrella Errante 3Where stories live. Discover now