Capítulo 40

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Khan

¿Un poco de sexo después de una larga jornada en Naroba? Era la única parte buena de todo este corrompido sistema. No me gusta tener que sonreír a personas sin ética ni moral, cuyo único objetivo en la vida es pisar a los demás para subir más arriba, ese tipo de gente que estaría dispuesto a vender a sus hijos por alcanzar un poco más de poder. Yo al menos tenía un objetivo noble, y no era por mí, sino por toda mi raza, incluso par aquellos que habían perdido el norte.

Dos segundos después de que mi persona fuese reconocida por el sistema, la puerta de las dependencias de Columbia se abrió para mí. Ella no era una profesional de las artes amatorias, pero lo compensaba con el hecho de que sus amantes no éramos muchos. Soy algo escrupuloso con ese tipo de actos, no me gusta pensar en la cantidad de hombres con los que la compartía en ese momento.

—Dijiste que te habías encargado de ella. —Sus dedos aferraron con rudeza mi camisa para introducirme con rapidez dentro de su apartamento. La única persona que le había prometido hacer desaparecer era a la reina blanca, pero ella estaba... ¿o tal vez no? Debía asegurarme.

—¿De quién estás hablando? —Caminé detrás de su nervioso trasero, pero me detuve en mitad de la habitación, porque ella no parecía dispuesta a detenerse. Así son los violetas, inquietos.

—De la usurpadora, ¿de quién si no? —Sí, era la reina blanca. A Columbia todavía le escocía que una mujer sin aparente sangre en sus venas le hubiese arrebatado la corona azul. Si al menos hubiese luchado, al menos se habría topado con una adversaria a su nivel. Pero no, todo lo hicieron ese monje amarillo, Du Cort, y aquel rojo renacido. Ellos tres habían conseguido entronizar a un muñeco que manejar a su antojo.

—La lancé a un agujero profundo y cerré con tapa. Desde allí no podrá molestarte más. —Desde que descubrimos que matar al enemigo era una desventaja, aprendimos a mantenerlo encerrado en un lugar donde no diese problemas. Nunca se sabe si en el futuro puede sernos útil. ¿Matar a la reina blanca? Mejor no, era la mejor carta para deshacerse de Columbia si ella en un momento dado se convertía en un problema.

—Pues ha salido. —Ella no parecía tener dudas, pero yo necesitaba una confirmación más sólida, y solo había una manera de conseguirla. Tenía que comunicar con el equipo que se encargó de meterlos en Delta-6. Mentirme no habría sido una maniobra inteligente por su parte, porque sabían que pagarían con la vida si lo descubría. Así que solo quedaban dos opciones; o la información de Columbia era falsa, o ellos habían conseguido escapar de allí.

—Iré a comprobarlo. —Antes de dar el primer paso hacia la puerta, me giré de nuevo hacia Columbia. —¿Cuándo te has enterado de esa noticia?

—¿Es que no ves los canales de cotilleos? Dicen que la reina estará presente en la sesión de mañana del Alto tribunal. —Chismorreos, eso no tenía mucha base sobre la que apoyarse. Pero por si acaso...

—Cuándo, Columbia. —Le recordé.

—Oh, en las noticias de esta noche, hace aproximadamente una hora. —Noticias frescas.

—Supongo que habrás indagado sobre la veracidad de ese rumor. —Ella sí que tenía una buena red de espías por todo el planeta. Si algo se cocía en las esferas de la alta política, ella se enteraba la segunda.

—Ya he lanzado una jugosa recompensa para aquel que me de una pista fiable. —Como si alguna rueda cósmica hubiese intervenido, un mensaje llegó en ese momento a su comunicador. Rápidamente lo revisó. —Vaya, parece que tenemos algo.

—¿De qué se trata? —Traté de ver lo que decía, pero ella deslizó rápidamente su dedo sobre la pantalla para que no lo viese. Seguramente no quería que descubriese el nombre de su espía. Aunque fuese otro tipo de guerra, a ninguno de los dos nos gustaba descubrir nuestros pequeños secretos.

—Del Santuario ha llegado una orden de reserva de una sala protegida del Alto Tribunal. Creo que está claro, ella estará allí.

—Hay muchas razones para solicitar una sala protegida, y no tiene que ser porque una corona esté implicada.

—Bien, ya que no estás convencido, será mejor que seas tú mismo quién lo investigue. —Ella podía pensar que me estaba dando una orden, pero era algo que pensaba hacer de todos modos.

—Lo haré. —Si ella creía que me tenía dominado, no sospecharía que era yo el que guiaba sus pasos hacia donde yo quería.

—Puedes irte. Esta noche no tengo muchas ganas de sexo. —A mi tampoco me quedaba alguna. Tenía trabajo que hacer, y pocas horas que aprovechar antes de la primera sesión del Alto Tribunal.

—Que descanses. —Me incliné con corrección y me fui de allí.

Rigel

—La estás malcriando. —Nydia levantó la sábana para entrar a la cama con nosotros. Juncal dormía plácidamente, por ello ni se enteró de que su madre se recostaba detrás de ella.

—No quiero que se sienta sola. —Que la pequeña durmiese entre nosotros, era una manera de suplir la falta de una hermana que la acompañaría durante el sueño. Nydia no se cansaba de decirme que nuestra pequeña se acostumbraría, pero yo me resistía a creerlo del todo. ¿Qué mal podía hacerle el sentir nuestra cercanía?

—¿Ves su cuna? —Alcé la cabeza para ver el pequeño mueble a los pies de nuestra cama.

—Está demasiado lejos. —Nydia puso los ojos en blanco ante mi comentario.

—Tu mismo has dicho que el olfato de un rojo es excepcional, ella puede olernos desde allí. —No podía rebatir ese dato.

—Pero no sentirá nuestro calor. —Acaricié con delicadeza el pequeño bracito de mi niña.

—Todo depende de lo fuerte que arda la hoguera. —No entendí aquel comentario, hasta que crucé mi mirada con la suya. Había un fuego abrasador en ella, una declaración de intenciones que ningún gato sería capaz de negarle a la dueña de su corazón.

—Dame un segundo. —Tomé con delicadeza el cuerpo de Juncal, para depositarlo en su cuna. —Lo siento pequeña. —Susurré cerca de su cabecita. Después casi salté hacia su madre, para estrechar su cuerpo ardiente contra el mío. —Calentemos este cuarto. —Ella sonrió, y solo con eso me convirtió de nuevo en su esclavo.

Su piel olía a pecado, su sabor era el paraíso, y sus gemidos eran una sinfonía que estaría dispuesto a oír para siempre el resto de mi existencia. Como ser humano he aprendido a vivir sin tener muchas respuestas, pero había una certeza que me regiría más allá del cualquier futuro, y era que una vida no me bastaría para estar junto a ella.

Silas

—¿Estás...estás segura? —Tuve que hacer una pausa para tragar saliva. Nunca antes me había topado con el cuerpo de una hembra en celo lista para copular conmigo. Soy un monje, o lo era. Prometí entregarme en cuerpo y alma a la misión encomendad por la orden, pero nunca pensé que encontraría este... este... ¡Por las sagradas aguas del gran kupai!

—Ven aquí, Silas. Vamos a engendrar. —Su rodilla hizo que el colchón se inclinara por el peso, arrastrando mi cuerpo hacia ella. ¿Resistirme? Estaba aterrado, pero ni una alarma de invasión me habría sacado de esa habitación.

Nomi no solo quería engendrar un hijo conmigo, sino que quería hacerlo de la manera tradicional. Sexo. ¡Que los antepasados me perdonasen!, pero iba a saltarme los preceptos instaurados desde hacía siglos, por los que las nuevas vidas se creaban y gestaban en un útero artificial.

—Nomi. —Dejé que mi cuerpo se recostase sobre el colchón, ya que el suyo se irguió sobre mí con absoluto dominio.

—No te preocupes, sé perfectamente lo que hay que hacer. —No lo puse en duda, porque realmente sabía lo que estaba haciendo, mucho mejor de lo que yo podría haber sospechado. Estaba claro que ella tenía práctica en este tipo de situaciones, y eso fue un gran alivio para mí. Bueno, alivio y... ¡Wow! ¿Y si no quedaba embarazada la primera vez? Yo no tenía ningún reparo en repetir tantas veces como ella considerase necesarias.


El clan del viento - Estrella Errante 3Onde histórias criam vida. Descubra agora