Capítulo 34

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Rigel

Respirar resultaba un trabajo pesado. Mi cuerpo luchaba por recuperar la normalidad, pero mi mente no estaba centrada en ello. No podía dejar de mirarla, ella era un ser irreal, algo etéreo y mágico que me atrapaba sin remedio.

Flotando a dos codos sobre el suelo, como un papel de seda surcando las corrientes de aire caliente, ella parecía sostenerse en el aire como si su cuerpo fuese ingrávido. Su piel brillaba con ese resplandor que recordaba de la ceremonia de bendición en el kupai azul, pero aquí era más, ahora eran nuestras marcas las que mostraba. Su cuerpo parecía arder, pues miles de llamas doradas la envolvían, llamas que se aferraban a su piel con una blanca y cegadora intensidad, para después tomar ese brillo amarillento y anaranjado de una llama de vela. Salvo porque su terminación, la punta que luchaba por alcanzar al cielo, que era de un intenso y vibrante rojo.

Sus cabellos ondeaban al viento, destacando con la misma tonalidad rojiza de una gema roja, la misma que ahora brillaba desafiante sobre su pecho. Ella era una diosa roja, un ser supremo que había devuelto a la vida a nuestro maltrecho árbol. Ahora la creía, no estaba muerto, ella le había despertado.

Sus ojos conectaron con los míos y fue en ese instante que sentí una corriente de energía inundar mi cuerpo. Sentí un calor revitalizante dentro de mí, como si el sol despertase mi cuerpo después de un baño helado.

Lo primero que hice fue correr hacia el cuerpo de mi madre, tomé su cabeza con mis manos para alzarla y sostenerla en mis rodillas.

—Madre. —La llamé, pero ello no respondió.

Temí por ella, porque podía no sobrevivir a la ola expansiva que nos había golpeado a todos dentro de la cueva del kupai. Kupai... Aparté con dedos nerviosos las ropas de su pecho, hasta dejar a la vista las dos marcas que cruzaban su pecho. Y ahí estaban, parpadeando entre el negro y el rojo, como si mantuviesen una lucha por volver a brillar de nuevo. Estaba sincronizando. Alcé la vista hacia el lugar donde se encontraba mi hermano. Estaba a varios metros de Nydia, también inconsciente. Corrí hacia él para repetir la maniobra que había hecho con mi madre, aunque esta vez con esperanza en vez de miedo. Y ahí estaba, sus dos piedras alargadas parpadeando.

Alcé la vista buscando a Nydia, que seguía flotando. Sus ojos no estaban pendientes de mis acciones, sino que parecían centrados en la boca de la cueva, como esperando algo...

—¿Qué...? —Miré hacia allí para encontrar el cuerpo de otra persona cayendo a plomo al suelo.

No tenía duda de qué estaba ocurriendo, podía sentir sobre mi piel aquellas pequeñas ondas de calor flotando en el aire. No estaba segura de si emanaban de Nydia o del kupai, solo sabía que eran las causantes de enviar a todos aquellos a los que alcanzaba a un nuevo renacer.

—¡Tía! —El grito de una mujer llegó hasta mí, asustado. Ella no había sucumbido como la otra mujer, y parecía mirar a todas partes con horror. Sus intentos desesperados por despertar a su pariente la estaban llevando al límite, así que con rapidez me acerqué hasta ella, antes de que entrase en pánico.

—Está sincronizando. —Ella me miró extrañada. Retiré la ropa del pecho de la mujer, y le mostré las piedras parpadeando. Lo que me hizo pensar en... —¿Tú no fuiste bendecida? —Su cabeza giró a ambos lados en negación.

—Oí... Oí hablar sobre ello, pero...—sus ojos se dirigieron hacia el fondo de la cueva—El árbol está muerto, estaba...—Sus piernas la habían alzado, pero rápidamente se doblaron. —Ella... Ella lo ha devuelto a la vida, ella... La Ashi lo ha sanado. —Giré de nuevo la cabeza hacia Nydia, para comprender lo que alguien como aquella muchacha estaba viendo. Para mí Nydia era un ser excepcional, pero para aquella muchacha, Nydia era un hada Ashi que había sanado al gran árbol.

El clan del viento - Estrella Errante 3Where stories live. Discover now