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* * *


Flor cerró su laptop y soltó un suspiro profundo, sintiendo que aquello que acababa de hacer era el peor error de su vida. Se quedó mirando al vacío, recordando cada día desde que esa extraña situación había empezado.

No podía negar que leer la primera carta le había resultado perturbadora, pero eso cambió con el pasar de los días.

Una semana después, se sentía familiarizada con el joven que decía estar profundamente enamorado de ella. Tampoco podía negar lo mucho que amaba sus pláticas y releer las palabras tan perfectas que siempre le regalaba. Mucho menos la sonrisa tan extensa que se extendía en su rostro cuando pensaba en el chico.

Pero luego estaba Brandon, jurando que las cosas serían diferentes y ella quería aferrarse a que sería verdad. Después de todo, no se podía enamorar de alguien al que solo conocías por cartas, ¿o sí?

Sacudió la cabeza y la alzó cuando detectó un movimiento brusco frente a ella, luego frunció el ceño.

—¿Estás bien, Hugo? —preguntó, algo desconcertada por ver a su compañero de oficina con el semblante destrozado, mirando su computadora con los ojos empañados y con los puños tan blancos como la nieve.

Iba a levantarse para ir a su encuentro, pero el muchacho se levantó antes de que pudiera hacerlo.

—Sí, solo que no me siento muy bien hoy, tal vez podamos continuar con el papeleo otro día —dijo él, evitando mirarla y salió tan rápido que a penas tuvo tiempo para procesarlo.

Hugo era su compañero de trabajo desde que había llegado a la empresa Pemberton, una inmensa manufacturera de vino. Ambos compartían cubículo y se encargaban de diseñar las etiquetas de los envases. En más de una ocasión intentó interactuar con Hugo, pero él se retraía. No podía negar que era atractivo, pero callado y reservado, demasiado misterioso. Siempre tomaba las cosas con seriedad, le agradaba porque sabía combinar los colores, tenían los mismos gustos.

Lanzó un suspiro y mandó imprimir el logotipo en el que había estado trabajando durante toda la semana. Tamborileó los dedos en la impresora, escuchando de fondo el sonido que producía la hoja al moverse dentro de la máquina. Cuando estuvo lista, contempló su creación una última vez.

Se dispuso a sacar una carpeta para llevarle el diseño a su odiosa jefa, no quería tener más problemas de los que ya tenía y necesitaba el empleo, lo último que le faltaba era ser despedida.

Rebuscó en su cajón, casi entró en pánico al no encontrar lo que tanto buscaba, pero se le ocurrió algo. Nadie se daría cuenta, quizá mañana podría llegar y dejarle uno nuevo.

Se cercioró de que no estuviera ahí su compañero y abrió el cajón del escritorio contiguo.

—¡Gracias, Dios! —exclamó en un susurro y obtuvo el folder azul celeste más cercano. Colocó la hoja y fue a cerrar, pero se detuvo.

Al menos diez sobres amarillos estaban en uno de los costados.

Ella conocía esos sobres.

Sintió el corazón desbocado: boom, boom. Pero luego se dijo que era ridículo, era imposible que su jardinero fuera el chico serio con el que hablaba todos los días. Además, esos sobres eran comunes, ¿no? Debía dejar de hacerse ideas estúpidas.

Aquello había sido fantástico, jamás se había sentido tan bien como cuando charlaba con ese desconocido, pero era eso solamente. Un montón de cartas, correos y flirteos inocentes. Muy en el fondo deseaba que él saliera del monitor y se mostrara tal cual era, no que se refugiara detrás de una pantalla y un anónimo.

Para mi Flor © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora