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* * *


Sus labios eran lo opuesto a lo que pensó alguna vez, creyó que eran suaves, pero eran duros y exigentes. No la había tocado ni dicho demasiado, no obstante, ella estaba temblando por ese beso que le quitaba el aliento.

Casi rayando la desesperación, abrazó su cuello y se extinguió en lo que sentía. Por primera vez en toda la semana, no tenía miedo, se sentía bien.

Su corazón iba desenfrenado, percibía los golpeteos acelerados que retumbaban en el interior de su pecho, casi como si fuera un concierto de rock o algo similar.

Todos sus pensamientos se fueron al desagüe en cuanto el castaño profundizó el beso, colocando sus palmas a cada lado del rostro de la joven. No sabía qué hacer, no sabía cómo moverse; pero no quería parar.

Sus lenguas se movían, se retorcían porque no encontraban la forma de tocarse por completo. Él sabía más que genial, era increíble lo que le producía a su cuerpo con tan solo un toque ligero,

Estaba besando a Hugo, a su jardinero, la idea le sacó un suspiro que provocó que se aferrara a él con más ahínco.

Luego, una imagen se posó en su cabeza, cual balde repleto de agua fría o un duro golpe en la boca del estómago. Era una pequeña niña sonriente a lado de su mascota gigante, siendo infeliz porque su madre no estaba con ella.

Hugo estaba con Eugenia ahora, besarlo no era lo más cuerdo. No era correcto y dejó de sentirse fantástico.

Otra preocupación llegó hasta ella, así que se separó como si el toque quemara. No quería ser el plato de segunda mesa de nadie, mucho menos de ese al que consideraba diferente. No quería que Hugo se convirtiera en un Brandon que la usaba solamente en ocasiones.

Había sido la amante de uno, no quería ser la amante de otro.

—Yo... —Tragó saliva y lo empujó con suavidad para salir de su agarre, a pesar de que quería fundirse en sus ojos marrones—. Lo siento.

Se bajó de la mesa y se encaminó hacia su escritorio, dejando a un hombre confundido que no paraba de observarla. No lo sentía, ese jodido beso iba a llevarlo marcado en sus labios hasta su próxima reencarnación.

A la hora del almuerzo, nada fue mejor, se sentía observada, aunque nadie la estaba mirando. No sabía de qué era capaz Brandon, tampoco si la estaba vigilando, pero no se sentía en paz y eso comenzaba a mortificarla.

Por otro lado estaba el chico que había perdido por ser tan ciega y obstinada. Mientras deglutía su ensalada, rememoró todas esas ocasiones en las que hablaron por correo siendo él su jardinero, este seudónimo que con solo pensarlo la hacía sonreír. A veces platicaban en la oficina, es que era una estúpida que no quiso ver que frente a sus narices tenía a este hombre especial.

Estaba sumergida en todas las palabras que habían compartido, que no se dio cuenta del cuerpo de una de las recepcionistas de pie frente a ella, quien la miraba con molestia.

—Disculpa, no te escuché —dijo. La secretaria de cabello rubio oxigenado y traje sastre pulcro, rodó los ojos y bufó con indignación.

—No soy la recadera de nadie, así que más te vale que vayas a atender a esos señores que te están esperando. —No tuvo tiempo para preguntar de qué hablaba y el pánico comenzó a adueñarse de su garganta.

¿Qué tal que eran mandados por su ex novio? ¿Qué si que querían amenazarla de nuevo?

Limpió su boca y tomó unas cuantas respiraciones para calmar sus pensamientos descontrolados, pero tal parecía que el terror no salía de su cuerpo.

Para mi Flor © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora