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* * *


Suspiró por millonésima vez y se le quedó mirando para corroborar que no era un fantasma que estaba creando su cabeza. Se aclaró la garganta con esperanza, creía que ella voltearía en cualquier momento y le dedicaría una de esas sonrisas que sabían meterse en lo más hondo de su alma y sacudirla hasta ponerla de cabeza; pero nada ocurrió.

—Sé que no hice las cosas bien y no debí tratarte así, pero ¿podrías parar? Me estás matando, Flor —susurró. El aliento se le atoró cuando la joven se enderezó y pareció pensarlo, sin embargo, se puso de pie y se fue a acomodar unos papeles en una de las cajoneras haciendo caso omiso de sus súplicas—. Por favor, preciosa...

—No me digas preciosa —dijo ella dándole la espalda, revisando cualquier cosa en una carpeta de color azul celeste.

—¿Por qué no? —preguntó con el corazón latiéndole con rapidez, si mantenía la conversación, quizá ella lo escucharía y perdonaría.

Flor se quedó silenciosa por unos cuantos minutos, en los cuales él pensó lo peor, tragó saliva y la forzó a bajar por su garganta cuando ella lo enfrentó con nada más que las facciones serias. ¿Qué esperaba después de lo que había pasado la última vez que se vieron? Jamás debió decir algo como aquello, se quería romper los dientes él mismo.

—Acepto que estuvieras molesto por lo que ocurrió y que quisieras destruir a todos porque es tu hija y pensaste lo que cualquier padre hubiera pensado, pero eso no significa que pueda entender que hayas utilizado lo que más me duele para mandarme a la mierda. Para que lo sepas, sí sabía lo que sentías porque yo ya perdí a un hijo y esa clase de dolor no se la deseo a nadie... —Su corazón se fracturó cuando los ojos de la muchacha se inundaron en lágrimas. Se levantó y caminó a paso lento hasta quedar frente a ella, quería abrazarla y borrar esos minutos en los que la ira lo nubló, había caído muy bajo y ahora estaba pagando las consecuencias. La pelinegra dio un paso atrás cuando él extendió el brazo, se estremeció lejos—. Estoy cansada de siempre tener que aguantar, no quiero vivir lo de mis padres, Hugo, y ese día me demostraste lo fácil que es adentrarme a ese mundo de peleas y gritos. Solo quiero paz porque ya tuve suficiente con ellos y con Brandon.

Oh, no. No le gustaba para nada lo que estaba escuchando, cada vez la sentía más y más distante. ¿Por qué había sido tan imbécil?

Comenzaba a entender el destino de sus pensamientos, quería hacerla retroceder.

—Escucha... —empezó, desesperado.

—No —emitió como respuesta, parándolo en seco—. No sé si entiendas, pero tampoco voy a detenerme para explicártelo. Toda mi vida he esperado algo de las personas, del destino, de mí misma, y no puedo seguir así. Esperaba que mis padres se dieran cuenta que los necesitaba, esperaba que el tipo que me embarazó apareciera y se hiciera responsable, esperaba que alguien me apoyara, esperaba que no muriera mi bebé, esperaba tener una relación normal con el hombre que amaba, esperaba que Brandon fuera esa persona y luego te esperé a ti cada día frente a la computadora, rogando silenciosamente que me dijeras quién infiernos eras para correr hacia a ti porque me dabas un poco de alivio, un poco de felicidad. Me terminé enamorando de alguien que no conocía, viví los mejores momentos sin vivirlos realmente. No esperaba que todo fuera perfecto, necesitaba curar a alguien imperfecto, deseaba que ese ser me sanara a mí. No puedo seguir esperando, Hugo, siempre me dejan plantada.

Y con eso salió del cubículo, no dijo más, no dijo menos, y no hizo falta.

Se quedó parado y enmudecido en el mismo sitio, mirando a la nada, con los ojos fijos en un punto blanco de la pared. No sabía si estaba respirando, no importaba, tampoco sabía si la sangre corría por sus venas o si no estaba en la realidad. Se sentía como una pesadilla, de esas que Marcela tenía a medianoche, se despertaba empapada en sudor y se refugiaba en la cama de su padre para ser consolada.

Para mi Flor © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora