23

39K 5.9K 357
                                    

* * *


Se pusieron de pie, todo se sentía como una despedida, aunque no lo fuera realmente. Hugo solo pensaba en abrazarla, pero no quería lucir más patético de lo que ya era.

Ella lo miró por unos cuantos minutos, todo desapareció. Tan solo podía ver su reflejo en los universos negros que lo enfrentaban. Dos gotas de agua negra que parecían cristalizadas, agachó la cabeza, escondiendo sus ojos apagados.

Flor se aclaró la garganta, sin mirarlo, vislumbraba un punto lejano. Cualquier cosa menos a él.

—Nos vemos en la oficina —susurró la castaña.

Intentó tomarle el brazo, pero no hizo el movimiento lo suficientemente rápido y ella se escabulló a trote rápido. Podía ir tras ella porque sabía dónde vivía, pero solo miró cómo su espalda se alejaba hasta convertirse en un punto en la lejanía.


Su abuela Ofelia lo miraba desde el otro lado de la mesa con los párpados entrecerrados, mientras su abuelo jugaba con Marcela a ese juego de mesa donde había que sacar bloques de madera hasta que la construcción se derrumbara y dictara al perdedor.

Se removió en su silla e intentó relajar sus gestos, pero no sabía si estaba funcionando. Seguramente lucía como alma en pena.

Las palabras de Flor se repetían en su mente, «estaban mejor que nunca», él nada más estaba intentando olvidar para que ella estuviera contenta, no importaba si no era Hugo el que le sacaba las sonrisas.

—¿Estás así por esa mujer, mijito? —preguntó con la frente arrugada, refiriéndose a Eugenia, él negó.

—No, estoy bien —respondió.

La vieja se mantuvo pensativa por unos cuantos segundos, pero algo pasó por su mirada y sus comisuras se alzaron.

—¿Quién es? —cuestionó ella—. ¿Quién es la muchachita que te puso esa mirada de borrego a medio morir?

Hugo soltó una risotada, ella siempre daba justo en el clavo. No había persona más sincera, amorosa y directa que su abuela. Fidel los miró de soslayo, pero continuó jugando con su bisnieta, quien parecía llevar misteriosamente la ventaja.

—Una compañera del trabajo. —Suspiró, sabiendo que su abuela indagaría hasta romperle la cabeza, era mejor ser un buen chico y contárselo por las buenas.

Los dos se levantaron y se alejaron del otro par, Ofelia guardó silencio hasta que él terminó de contar toda la historia. Al final, la mujer quedó enmudecida, repasando cada acto descrito por el nieto.

Ya era una anciana, pero parecía tener la fuerza de un viejo árbol y la sabiduría de un halcón.

—Creo que está enamorada de ti. —Hugo negó sacudiendo la cabeza, divertido. Tal vez sí había cosas que su abuela no entendía del todo—. Y si no lo está es que es un gabazo.

Flor no era un gabazo, era una linda naranja llena de jugo dulce. No importaba si lo amaba o no.

La velada terminó poco antes de media noche, Marcela cayó dormida en el sillón junto con el abuelo. Él se encargó de su hija y la otra de su marido. Se recostó en su antigua habitación con la niña a un lado y contempló el interior de sus párpados.

Había algo que no salía de su cabeza, pero temía que todo fuera una broma de su imaginación. No podía borrar la mirada triste de Flor cuando le mintió insinuando que regresaría con Eugenia.


Cuando el lunes llegó, tuvo extremo cuidado, creía que se estaba volviendo paranoico. Con Eugenia cerca, se sentía vigilado. No quería que supiera cómo encontrarlo, todavía no entendía cómo había dado con la empresa. Todo era sospechoso y le daba escalofríos.

Le informó a la maestra de la entrada que necesitaba hablar con la profesora de su hija. No pasó mucho tiempo para que la mujer saliera a hablar con él. Se llamaba Siriana y tenía un lunar en el nacimiento de su ceja. Era menuda y tenía gafas, no parecía vieja, pero sí un tanto aniñada.

La conocía gracias a la reunión de padres de familia al principio del curso.

Se dedicó a explicarle todo el problema, ella lo escuchó con atención hasta el final, a pesar de que el timbre sonó desde lo alto, indicando el comienzo de las clases.

—Lamento mucho que esté pasando por una cosa así, no se preocupe, nosotros estaremos vigilando. Voy a informar a la dirección y hablaré con los maestros para mantenernos con los ojos bien abiertos —aseguró, calmándolo solo un poco—. Si me permite aconsejarlo, Marcela tiene el derecho de saber, quizá no ahora porque es pequeña, pero sí en un futuro.

Y lo sabía, pero su pequeña no tenía la madurez para semejante noticia y menos cuando su madre era una manipuladora que se drogaba. Cierto era que el día que la había visto, ella se veía mejor; pero no podía creerle que estaba enderezando el camino. Eugenia siempre había sido una mentirosa, una muy audaz.

Se fue de ahí un poco más tranquilo. Su moto rugió y avanzó a toda velocidad, pasando por las calles abarrotadas a las ocho de la mañana. Los carros circulaban por todas partes, la gente en bicicleta iba por la ciclovía y los demás esperaban a que los semáforos cambiaran para cruzar.

Unas cuadras antes de llegar, sintió el pecho oprimido por la anticipación. Se quedó quieto una vez en el estacionamiento, montado en su vehículo. ¿Y ahora qué mierda iba a hacer? Ahí adentro iba a estar una Flor que ya sabía quién había sido en realidad.

Una Flor que no iba a ser suya nunca.

Al entrar a la oficina, el corazón le dio un vuelo. Mentira, su corazón prácticamente se le salió al verla sentada en ese asiento. Era algo extraño porque él siempre llegaba primero y la contemplaba entrar con sus carpetas de colores.

—Buenos días —saludó, ansiando perderse en esos pantanos negros. Esperando que ella levantara la cabeza y le dedicara una radiante sonrisa, algo que nunca pasó.

—Buenos días —contestó, escueta, sin moverse.

Entrecerró los ojos y se sentó en su lugar. Flor llevaba el cabello suelto, el cual cubría gran parte de su rostro y se agachaba sobre su teclado. Prácticamente estaba encima de él. Quiso levantarse para averiguar qué le pasaba, pero pensó que tal vez no quería hablar con él después de lo ocurrido.

Quizá... quizá lo estaba evitando.

Mierda.

Él no quería que lo evitara, él deseaba que ella fingiera que no había pasado nada, ansiaba que todo fuera como antes. Él invisible, pero con ella.

—¿Ya desayunaste? Puedo ir por rosquillas —dijo, necesitando averiguar su estado de ánimo. A Flor le encantaba comerlas. En ocasiones, un muchacho iba a vender pan dulce a las instalaciones, ella compraba dos o tres y las guardaba en su cajón.

—Gracias, pero ya comí —susurró y se giró en su silla. Lo único que veía era su cabello y el respaldo de esa cosa.

Selló sus labios y no volvió a abrirlos, ni siquiera cuando ella salió de ahí escondiéndose de él. Tampoco cuando desapareció y no volvió.

En el fondo sabía que algo ocurría, pero era muy cobarde como para averiguarlo.


-*-

¿Qué creen que le pase a Flor? :3

Una vez más les doy las gracias por apoyarme en esta historia. Les mando un abrazo grande :*

Para mi Flor © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora