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* * *


Hugo era su jardinero.

Y no sabía por qué se sentía feliz sabiéndolo.

Miró de reojo su perfil recto y se mordió el labio inferior, ¿cómo había sido tan estúpida al no verlo? Él siempre había estado ahí, pero ella siempre había estado cegada. Daba gracias al cielo por no llevar la venda más.

Las cosas con Brandon no habían estado bien desde el comienzo, se había dado cuenta. Le dijo que quería seguir con su vida, él comenzó a lanzar las cosas del departamento como un animal furioso; pero luego salió gritándole que no quería verla más. Daba gracias a los cielos porque parecía haber desaparecido de su vida.

Esa misma mañana, había visto en el noticiero que Brandon iba a celebrar su aniversario de bodas reavivando sus votos matrimoniales. Era una estúpida por haberle dado una oportunidad. Era más idiota por no haberse dado cuenta de quién era él, pero ¿qué más daba? Lo importante era enmendar los daños.

Flor ya no quería estar con ese hombre que solo le traía malos sabores, prefería estar con alguien que supiera verla.

Alguien como Hugo.

Solo había un problema que no pasó desapercibido para la joven, él no lucía muy contento de verla; pero se lo había ganado, se había comportado como una tonta. No, era una tonta. 

Quería pedirle perdón y suplicarle que pensaran en comenzar algo, lo que fuera, solo no lo quería lejos de su vida ahora que sabía quién era. Él la conocía mejor que nadie, él la veía como nadie nunca lo había hecho. Su corazón latía muy rápido y sus manos temblaron por la emoción.

—Así que supongo que ya lo sabes. —Suspiró—. Escucha, jamás lo hice con malas intenciones, si estás molesta, voy a entenderlo. En serio...

—No estoy molesta. —Interrumpió y se atrevió a acunar la mano de él—. No podría estar enojada, Hugo.

Las comisuras del castaño se elevaron, pero algo dentro de ella se rompió cuando él rechazo el agarre. Muy sigilosamente la soltó, se rascó la nuca como para explicar su comportamiento; pero ella sabía que no quería tocarla.

Sintiendo ese cosquilleo extraño en sus yemas, llevo sus manos hasta su regazo y observó a Marcela jugar con Cacahuate.

Siempre se preguntaba, en la soledad de su habitación, cómo habría sido su hijo. ¿Se hubiera parecido a ella? ¿Sería hombre o mujer? Muchas preguntas siempre llegaban a su cabeza. Al ver a Marcela jugar, supo cómo le habría gustado que fuera su bebé. Alguien feliz, alguien a quien pudiera hacer feliz.

Quizá, así, su vida no sería tan vacía como lo era.

Entendió muchas cosas en medio del silencio. No era timidez, era que él ya no sentía lo mismo por ella, y ella nunca se había sentido tan devastada.

—¿Cómo estás? —preguntó. Flor sintió el enorme nudo en su garganta, tragó saliva varias veces antes de contestar.

No estaba bien en ningún sentido, estaba más sola que nunca. Quería un abrazo, quería que él le dijera tantas cosas; pero sabía que no lo haría porque, como siempre, había estropeado lo bueno que la vida le mandaba.

Tal vez no todas las personas nacieron para ser felices.

—Bien, ¿y tú? —No era tan valiente como para decirle que era una mierda, que lo necesitaba. Qué irónico el destino, ¿no? Él siempre la amó, pero justo cuando ella supo lo que quería, ya era demasiado tarde.

—Genial —soltó, escueto. Se quedó callado por un minuto, pero luego abrió la boca—. Flor, de verdad espero que seas feliz. Solo puedo decirte que no debes preocuparte más por mí.

Se enderezó, su espalda se tensó. Sintió pánico correr por sus arterias y venas, el aire le faltó por la ligera sospecha que surgió en su mente.

—¿Ah, no? —Sintió la boca seca. Por favor que no fuera lo que estaba pensando, por favor eso no.

—Eugenia volvió, es bueno para Marcela tener cerca a su madre. —Su mundo se derrumbó por una simple conjugación de palabras.

Lo vio caer al suelo en miles de fragmentos, ella misma lo había lanzado.

Le dolió como el infierno, quería decir no, no la necesita, no necesita a una drogadicta que había querido abortarla; pero se guardó todo porque así debía ser. Cada uno había hecho sus elecciones, ella se había equivocado.

Retorció sus dedos y esperó a que sus emociones se controlaran, no quería que él se sintiera mal por ella ahora que había tomado esa decisión.

Cuando lo vio al otro lado del parque lo supo, sus sospechas se confirmaron. Cargaba a una niña y perseguía a un gran doberman, no había algo más claro que eso. Su corazón se revolvió y aleteó, supo que estaba enamorada de él.

No podía creer que se había enamorado de un personaje sin saber nada más que lo que le decía en los correos y las cartas; pero había sucedido.

—¡Qué bueno! Brandon y yo estamos mejor que nunca. —¿Qué más podía decir? Tenía que afrontar lo que había hecho, no importaba que todo fuera una mentira.

El silencio volvió a adueñarse de los segundos, la gente se movía con diversión, nada como lo que ella sentía en su interior.

Otra vez regresaría a casa sola, sintiendo que el mundo no giraba a su favor, preguntándose qué habría pasado si hubiera sido temeraria. Otra vez volvería a ese lugar lleno de bichos y polvo, pero nadie estaría del otro lado del monitor para recordarle que la vida era hermosa y que ella valía la pena.


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Pobre, Flor :c

Para mi Flor © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora