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Bajó el volumen de la radio, le gustaba alto para difuminar el silencio de sus alrededores, el ruido le ayudaba a no sentirse tan sola.

Sonó el timbre por segunda vez, cogió el dinero de su billetera y se dirigió a la puerta para obtener la cena. Era viernes y su única diversión sería una pizza con queso extra y jamón.

Abrió sin preguntar quién era y dio un grito de asombro al contemplar a la figura que esperaba del otro lado con una caja de cartón.

—Me encontré al repartidor en la entrada, le ahorré el viaje —dijo.

Hugo intentó entrar al departamento, ella captó el movimiento e hizo el amago de cerrar la puertilla; pero el hombre era fuerte y aquello se convirtió en una guerra, los dos empujando y ninguno cediendo. Venció su resistencia hasta que la puerta se abrió y su altura hizo presencia en el sitio que se veía pequeño con él ahí.

Llevaba una camisa arremangada que reconoció pues era la misma que había llevado a la oficina por la mañana. Flor se echó hacia atrás dando pasos cortos, no estaba asustada, no quería hablar porque terminaría abrazándolo. Si ponía esos ojos llenos de brillo, ella caería.

La comida empaquetada fue colocada en un sillón, quedaron enfrentados y con nada más que unos pasos de lejanía.

—Soy un tonto —murmuró después de aclarar la garganta y respirar profundo, como si tuviera que tomar valor—. Desde el principio me equivoqué, no debí acercarme de esa forma, no hay excusas que logren disculpar mi comportamiento ridículo e infantil; pero no me arrepiento. No lo hago porque fue perfecto, confiaste en mí, confié en ti, y lo sigo haciendo, ¿tú no? También me diste momentos increíbles sin dármelos realmente, también esperaba que llegara un correo tuyo porque tus palabras me hacían sonreír y querer llegar al día siguiente para mirarte morder tu bolígrafo. Eres perfectamente imperfecta, tus espinas me lastimaron a veces, pero no me importaba pincharme los dedos porque lo que tanto cuidabas era hermoso. Eres hermosa por dentro y por fuera, eres más que suficiente, mucho más. Nunca me importó esperarte, a pesar de que era casi seguro que no llegarías. Me dolía verte con ese imbécil, me dolía ver que estabas triste, me dolía que no te dieras cuenta que ahí estaba yo, esperándote. Y aquí sigo, esperando por ti, y siempre lo voy a estar porque no puede ser de otra manera. Te amo, Flor, no me iré a ninguna parte sin ti.

Se quedó quieta, contemplándolo, digiriendo lo que había dicho. Sus ojos se inundaron en un mar salado, se mordió la lengua para no echarse a llorar como un bebé.

Hugo había dado un discurso digno de película y ella no sabía qué hacer. Él, al mirar su confusión, decidió acercarse como si se tratara de un animalillo asustado. Vio el miedo paseando por su cabeza, vio cómo dudó, vio lo que quería. Flor sentía algo por él, de eso no dudaba. Haría cualquier cosa, menos dejarla. Ya lo había hecho muchas veces, no iba a rendirse tan fácil ahora. Buscó su mirada.

—Perdóname, no voy a justificarme porque lo que hice estuvo mal, debo aprender muchas cosas, quiero aprenderlas contigo. No te prometo una relación sin errores, pero te juro que pondré todo de mí para que lo que tenemos funcione. —Esperó una respuesta, intentó alejarse para darle su espacio, pero una mano en su antebrazo lo detuvo.

Flor se fue contra él, se arrojó y lo rodeó con los dos brazos, afianzó el agarre en su cuello y se aferró a su cuerpo. Tambaleante e impactado, regresó el gesto con toda la firmeza que pudo recolectar. Su nariz se perdió en las hebras negras, respiró el perfume dulzón con el que había soñado tantas veces.

—También te amo. —Su interior cosquilleó por las simples palabras llenas de significado. ¡Lo amaba! ¡Lo había dicho! Quiso decir algo, cualquier cosa, pero se mantuvo callado para no arruinar el momento.

Para mi Flor © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora