Capítulo Cuatro

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Jueves 3 de Noviembre de 2022.
11:30 AM
Ciudad de México, México.

Hoy era jueves, lo cual significa una sola cosa para mí: día de limpieza extrema.

Los jueves era el día más tranquilo en cuanto a clases, pues solo tenía que asistir a una y a las seis de la tarde. Así que tenía toda la mañana y parte de la tarde para hacer el aseo.

Al haber pasado casi toda mi infancia con mis abuelas y mis tías, las cuales se desvivían por limpiar de extremo a extremo sus casas, yo me había convertido en una pequeña aprendiz, ya que cada que tenía la oportunidad, limpiaba como una obsesionada (al menos no lo hago todos los días como las mujeres de mi familia).

Hoy había despertado a las siete de la mañana, una hora más temprano de lo normal, y había empezado recogiendo mi habitación. Dos horas más tarde, las chicas se habían unido a mí, y habían empezado a recoger la cocina y el comedor. Si bien Jaqui y yo compartíamos el mismo horario de clase, Dani tenía otro completamente diferente, así que a las diez nos había abandonado para tomar una de sus clases en línea.

En cuatro horas había logrado limpiar toda mi habitación, lavar mi ropa, la cama de mi gato y desayunar un sándwich. Cada día me superaba más y más.

La única tarea que quedaba por hacer era limpiar la sala de estar, pero primero tendría que quitar el altar frente al cual estoy ahora mismo.

Verán, ayer fue 2 de noviembre, día de los muertos en México. Y las tres, al no poder visitar las tumbas de nuestros seres queridos, hacíamos un altar en memoria de ellos.

Era un altar pequeño, en el cual solo había tres fotografías, una por nivel. En el primero, de arriba hacia abajo, estaba la foto del padre de Jaqui, quien había fallecido cuando ella tenía 12 años. En medio estaba mi abuelo materno, Rubén, quien había fallecido hace más de dos años, y al cual aún le lloraba. Mientras que en el último nivel, estaba una fotografía de los abuelos paternos de Daniela, quienes fallecieron con dos meses de diferencia.

Nuestro altar era para conmemorar la vida y los buenos recuerdos que habíamos tenido con nuestros seres queridos, era una forma de sentirlos con nosotros, al menos por un día.

Tenía diez minutos parada frente al altar, con el objetivo de empezar a desmontar el nivel de mi abuelo, pero, cómo todos los años, me sentía sin fuerzas para hacerlo.

—¿Cuánto llevas aquí?— Me pregunta Jaqui, mientras sale del cuarto de lavado.

—Diez minutos.— Le respondo en un suspiro.

Jaqui se acerca y me abraza por la cintura, mientras ambas vemos el altar.

El año pasado duraste treinta minutos, así que parece ser que romperás un nuevo récord.

Es que si lo comparamos con la primera vez que mi abuelo estuvo en mi altar, esto es nada. Ese primer año duré una hora parada frente al altar, mientras lloraba desconsoladamente.

—Cada año es menos difícil que el anterior, pero sigue siendo demasiado doloroso.— Respondo mientras una pequeña lágrima sale de mis ojos.

—Con los años es más fácil sobrellevar este día, pero nunca dejará de doler amiga. Lo único que nos queda hacer es seguir adelante y hacerlos sentir orgullosos.

La única respuesta que le doy es un gran abrazo, en el cual me permito sacar unas cuantas lágrimas. No necesito ver a Jaqui para saber que también está lagrimeando un poco.

Mi abuelo era la persona a la que más admiraba, la persona que siempre me animó a perseguir mis sueños y que siempre estaba para mí en mis peores días. El día en que falleció, una parte de mi se fue con él. Se que si ahora mismo estuviera aquí, me hubiera dicho algo como “deja de llorarle a un muerto y sigue con tu vida, mi preciosa”, pero también me habría dejado muy en claro lo orgulloso que está de mi.

Daylight | Max VerstappenWhere stories live. Discover now