Visitantes

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Siempre he odiado tener visitas, debido a que no tolero que las personas invadan mi espacio. Por mucho tiempo me privé de invitar gente a mi casa, traté de mantenerla lo más alejada posible para vivir en total soledad, y fue así durante mucho tiempo. Hasta ese día en que a mi casa se coló un visitante del que ya no me pude apartar.

Se apareció en medio de la noche, lo recuerdo con claridad, terminaba de tomar un baño, cuando me dirigí al estudio para leer unas cuantas páginas de un libro antes de dormir. Las cosas que muchos catalogaban como raras, ya no me parecían extrañas, mucho menos me espantaban, pero esa noche casi muero del susto.

Al atravesar el marco de la puerta vi que alguien más ocupaba mi sillón, tomaba vino de mi copa y se calentaba frente a mi chimenea. Estaba de espaldas, por lo que no vi más que su cabello oscuro.

—Siéntate —ordenó luego de dar dos suaves golpes a los brazos del sillón de al lado—, tengo algo que contarte.

—¿Tú quién eres?

—Eso no es importante.

—¿Qué haces aquí? —Sigilosamente me acerqué al escritorio y rebusqué entre los cajones hasta que encontré mi revólver.

—Eres un poco descortés. Solo quiero hacerte compañía.

—¿Cómo entraste?, ¿y qué es lo que quieres?

—Conocer a mi nuevo amigo, mismo que me dará alojamiento.

—¡Sal ya mismo! —Apunté a su espalda a través del sillón—. Estoy armado, te lo advierto.

Soltó una risa en todo de burla.

—No deberías jugar con eso, podrías matar a alguien —Soltó una risa en todo de burla—.Otra vez.

—Vete.

—Aunque es probable que no lo recuerdes, eras a solo un niño.

—¡Vete!

—Solo quiero hablar.

No lo supe hasta que el ruido ensordecedor de la bala saliendo del arma me lo avisó. Lo maté de un solo disparo. Mis manos titiritaban y de un momento a otro se tornaron frías. «¡Dios mío!, ¿qué he hecho?».

En ese momento lo último que me pasó por la mente fue llamar a la policía, ni siquiera pensé en enterrar el cuerpo y negarlo todo. Solo subí a mi aposento, me escondí bajo las sabanas y cerré los ojos con la única esperanza de despertar al otro día y que todo fuera un sueño.

A la mañana siguiente sentí un alivio al ver que el cuerpo no estaba. Únicamente quedó el sillón agujereado. Busqué con la vista en cada rincón.

—Como dije, tenemos mucho de qué hablar —Ahí estaba, justo detrás de mí. Pero esa no fue la última vez que lo vi, porque desde ese momento comenzó a visitarme cada noche. Siempre nos sentábamos frente a la chimenea a charlar y con el paso del tiempo fue trayendo a sus amigos a la casa. Y así, comenzaron mis noches de demencia.

 Y así, comenzaron mis noches de demencia

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DemenciaWhere stories live. Discover now