Los amigos de Josh

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Creo que mi hijo se ha vuelto loco, pero no loco de remate, pues posee ese tipo de locura que solo la imaginación de un niño puede brindar. Un día, mientras ordenaba los libros de mi despacho, se paró frente a mí y dijo:

—Padre, te presento a mi amigo.

Señaló a la nada y le miré confundido, después me explicó que yo nunca podría verlo porque era producto de su imaginación.

Al principio no me preocupé, después de todo era normal que algunos niños tuvieran amigos imaginarios, y Josh era uno muy creativo. Siempre vivía contando historias inventadas que parecían sacadas de algún libro de ficción.

No tardó en volver a presentarme a otro de sus amigos, cada día traía uno nuevo hasta que al final fueron siete.

Pasaba tanto tiempo con sus dichosos amigos que comenzó a aislarse. Ya no jugaba con otros niños, prefería estar solo en su cuarto. Estaba todo el tiempo en casa, hasta comenzó a faltar a clases. No tuve más remedio que sentarme a hablar con él; luego de convencerlo me habló de cada uno de ellos.

Según Josh, Greih era un hombre tan alto que tenía que caminar curvado para no tocar el sol. Siempre iba detrás de él para darle sombra y lo llevaba a todos lados.

Glutt; un niño rechoncho, de enormes cachetes que todo el tiempo comía sin saciarse. Ange; era el más silencioso, y jugaba poco con él porque sudaba mucho. Luth; tenía forma de serpiente y siempre estaba envuelto al árbol del patio trasero, aferrado a este como si fuera su más valioso tesoro. Prid; una mujer cuyos cabellos eran tan largos que le cubrían todo el pálido cuerpo, no se llevaba nada bien con sus otros amigos y siempre los miraba con aires de grandeza. Lazi; era un anciano que desde el día que Josh le dejó venirse a vivir a la casa, no había salido debajo de su cama y no hacía más que dormir y roncar. Envy; una jovencita que podía adoptar las formas de todos los demás e imitarlos, pero no a la perfección, porque Josh siempre se terminaba dando cuenta de que era ella.

Había escuchado de amigos imaginarios como osos, sirenas y hadas, pero nunca cosas así. Mi hijo me dijo que todos vivían en nuestro patio trasero porque no les gustaba ser vistos por alguien más que no fuera él y que de vez en cuando se reunían en su habitación.

Por eso, un día me escondí en su armario y esperé dentro.

Escuché pasos, no los casi inaudibles provocados por los pequeños pies de Josh, sino un montón de pisadas que hacían rechinar la madera del suelo. Cuando escuché a mi hijo hablar, eché un vistazo por la pequeña hendidura de la puerta y quedé boquiabierto.

Unos días después, con todo el pesar de mi alma, obligué a Josh a mudarnos de la ciudad. Él no quería irse y dejar a sus amigos sin razón alguna, pero, ¿cómo le explico que yo también los veo y que me aterran?

¿Cómo le digo que él no tenía amigos imaginarios, sino que poseía lahabilidad de ver mis pecados?

  

DemenciaWhere stories live. Discover now