Cadetes

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Estaba por caer la noche y el cielo amenazaba con llover. No traía paraguas, ni mucho menos una linterna, por ende, ir por esa dirección no fue mi mejor elección. Cosa que no pensé unos minutos atrás cuando decidí acortar camino y volver a ese lugar después de tantos años.

Recuerdo que cuando era niño mi padre me llevaba a un paraje bastante tétrico. Era un sitio oscuro y silencioso en el que si prestabas atención suficiente podías escuchar latidos por todas partes, y te aseguro que no todos eran tuyos.

Había enormes cuerpos acomodados uno al lado de otro; inmóviles como una formación de cadetes.

Muchas veces los saludé, pero nunca me respondieron. No hablaban, en realidad, no producían nada de ruido a excepción del silbido de sus extremidades al ser movidas por el viento.

Esas criaturas eran astutas, expertas en el arte del engaño. Fingían estar dormidas todo el tiempo cuando en realidad estaban conspirando contra mí, buscando la manera de atraparme. Eso lo sé porque cada vez que me les acercaba estiraban sus extremidades puntiagudas en un intento por desgarrarme la piel. Siempre lograba escaparme de entre sus garras, cosa que les enojaba bastante y me maldecían continuamente.

Aunque mi padre dijera que solo era el viento, el gruñido desgarrador que provenía del interior de aquellos cuerpos demostraba lo contrario. El viento no susurraba palabras incomprensibles entre sus copas, ni entre las sangrientas ramas que sobresalían de sus cuerpos formando puntas de flechas primitivas.

Sus extremidades eran tan filosas que, si me descuidaba un segundo, eran capaces de atravesarme la cabeza, el torso, y los brazos.

Me arrepiento de haber tomado ese camino, porque hasta el día de hoy, sigo odiando los paseos por el bosque. 

DemenciaWhere stories live. Discover now