El misterio de Roth

49 13 5
                                    


Esperaba a que mis tomates se terminaran de cocer cuando escuché el crujir de las bisagras oxidadas que sostenían la puerta principal. Entre el borboteo del agua hirviendo y el ruido que hacían las hornillas de la estufa pude distinguir el sonido de unas pisadas. El pequeño Mateo pasó de la cocina sin notarme y continuó su correteo buscándome por toda la casa.

—¡Mamá! —gritó sacándome una sonrisa— ¿Dónde estás? —Su voz se escuchó lejana, quizás venía desde lo más alto del ático o de lo más profundo del sótano.

—Estoy aquí, cariño —dije desde la cocina.

Salió de la nada.

—¿Mamá? —Asomó su cabecita por el marco de la puerta.

—¿Sí? —En sus ojos chispeantes pude ver una pizca de felicidad que me causó curiosidad— ¿Por qué te ves tan animado?

—¡He hecho un amigo madre! —Casi pegaba un salto de alegría— Es genial, tienes que conocerlo.

—Qué bueno, amor. ¿Cuándo lo traes a casa?

—Ya está aquí. Nos espera en la sala —Tiró de mi delantal y por poco me saca a rastras de la cocina— ¡Ven! Tienes que verlo.

—Espera, espera —Apagué la estufa y lo dejé guiarme.

Estaba casi tan emocionada como mi hijo. Mateo era un niño callado y nunca antes había hablado de sus amigos, creo que este era el primero que me presentaba.

Llegamos a la sala y observé el panorama.

—Y... ¿Dónde está? —pregunté al no ver más que los viejos muebles, repisas y cuadros que adornaban nuestra sala.

—Supongo que se ha ido. Bueno, ya lo verás mañana.

—Bien, ¿y cómo se llama?

—Se llama Roth, me dijo que no es de aquí, que viene de un lugar muy lejano en el que siempre es de día.

—Tengo ganas de conocerlo, pero por ahora vamos a cenar. Estoy haciendo pasta.

Al día siguiente, Mateo regresó de la escuela con la misma emoción de antes, acompañado de su amigo. Estaba ocupada organizando un montón de cajas en el sótano cuando llegaron y luego me planté en el estudio a terminar de leer mi novela favorita que no noté cuando se fueron.

Así pasaba todas las tardes; Mateo traía a su amigo a jugar y después lo acompañaba a casa cuando terminaban.

Según lo describía, Roth era un niño hablador que tenía muchas anécdotas por contar, era divertido e inteligente. Le hablaba de libros y misterios por resolver, pues era un gran fanático de las novelas de Sherlock Holmes. No lo describió físicamente y por alguna extraña razón nunca lo he visto. Tal vez se debía que siempre estaba haciendo algo en los momentos precisos y cuando me desocupaba, el pequeño ya se había ido.

Se hicieron tan buenos amigos que cuando llegó el verano y la familia de Roth salió de la ciudad, se mantuvieron en contacto mediante cartas.

Mi hijo no era tan bueno al escribir, por eso siempre me pedía revisar sus cartas antes de enviarlas; para no quedar en vergüenza ante su amigo, que, según él, tenía una letra exquisita.

Y no se equivocó al decirlo. Cuando juntos leímos la primera carta que envió Roth, me sorprendieron dos cosas: la primera; saber que ese niño era real, porque ya me estaba empezando a preocupar, y la segunda; que tanto su letra como su manera de narrar eran además de hermosas, muy parecidas a la de un escritor que enviaba cartas a su musa.

Pasó el tiempo y Roth regresó. Continuó visitando nuestra casa con la misma frecuencia de antes.

Una tarde, mientras Mateo se duchaba y Roth esperaba en su cuarto, la electricidad se cortó.

—Qué extraño —En la ciudad eran muy raros los apagones. De uno de los gabinetes de la cocina, saqué una caja de fósforos y un par de velas. Encendí una para iluminar mientras caminaba y llevé la otra hasta el baño—. Mateo —Toqué la puerta—, ¿todavía no terminas?

—Ya salgo mamá. Me falta lavarme el pelo, pero está todo oscuro.

—Voy a entrar a dejarte una vela —Encendí una en el baño y llevé otra conmigo—. Recuerda lavar bien detrás de las orejas.

—Está bien.

Me dirigí a su cuarto en búsqueda de su amigo. Porque quién sabe si le temía a la oscuridad, y yo como madre no deseaba que a un niño ajeno le diera un ataque de pánico en mi casa. Abrí la puerta y alumbré por todos lados. No encontré rastro de él.

—Roth —llamé—. Roth, ¿estás por aquí? —le llamé nuevamente y seguí sin obtener respuesta. Eché un vistazo a cada rincón y solo vi algunos juguetes tirados. Al dar un paso hacia delante algo rechinó bajo mis pies. Los muñecos de peluche en la cama de Mateo estaban perfectamente ordenados a excepción de uno; era un osito de pilas que cantaba y encendía luces. Lo recogí para devolverlo a su lugar antes de salir y cerrar la puerta. Mateo aún no salía del baño y Roth continuaba sin aparecer, así que le volví a llamar—. ¡Pequeño Roth! —Esta casa era muy grande, temía que se perdiera.

—Estoy por aquí, señora —Escuché de alguna parte.

—¿Dónde? —No supe decir de dónde provenía su voz.

—Aquí.

Me di la vuelta y lo vi. Estaba tan impactada que casi dejo caer la vela.

Muchas veces imaginé la apariencia de Roth. Hubo un momento en el que pensé que no existía y que solo era producto de la imaginación de mi hijo, incluso llegué a pensar que era el fantasma de un escritor viejo, o el de su hijo, pero nunca me imaginé esto.

—No puede ser —murmuré por lo bajo.

¡Mi hijo se hizo amigo de una sombra! 

 ¡Mi hijo se hizo amigo de una sombra! 

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
DemenciaWhere stories live. Discover now