¿Empatía?

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Ahí estaba, cansado de esperar en esa aburrida sala de hospital. Los minutos parecían horas y el número de mi ticket, infinito. No sé qué me irritaba más, si la espera de mi turno que no llegaba, el ruido de la gente que no cesaba, o los minutos atrapados en la aguja de ese reloj que no giraba.

No soporto el blanco, ese color tan deprimente me sabía muerte. La sala estaba impregnada de él, tanto en las paredes como en el piso y el techo. Sería una mala broma que alguien despertara de un coma y lo primero que viese fueran cuatro paredes blancas. Y peor debía sentirse luego de saber que no estaba en el cielo, sino que continuaba en este infierno al que llamamos vida.

Mi plan de maldecir internamente se vio interrumpido por algo que captó mi atención. Una camilla venía atravesando pasillos con una velocidad alarmante. Se detuvo frente a mí y pude ver sobre ella a una anciana moribunda con los brazos llenos de cortaduras. Su mirada denotaba pesar y tristeza.

—No entiendo por qué no se rinden —murmuró una pequeña niña que se sentaba a mi lado.

—¿A qué te refieres? —Sentí verdadera curiosidad.

—Con esa anciana. Deberían dejarla morir de una vez por todas.

—¿Por qué lo dices?, es solo una mujer que tuvo un accidente.

—No, se equivoca, señor. Ya la han traído seis veces con las mismas heridas en las muñecas, a punto de desangrarse. Tiene rasgos suicidas. Deberían darle lo que quiere y dejarla morir, porque volverá a intentarlo cada vez que tenga la oportunidad.

Nunca creí que palabras tan fuertes pudieran salir de la boca de tan adorable pequeña.

—No deberías decir eso, esa pobre mujer de seguro ha pasado por algo terrible y es lo que la tiene así. Debe dolerle demasiado el corazón para querer morir de forma tan desesperada.

—¿Y qué hay de los médicos? Ellos trabajan demasiado, tienen más responsabilidades y más pacientes. Pierden tiempo intentando salvar a esa mujer, cuyo único deseo es morir.

—Te aseguro que a ellos no les molesta. Es su trabajo salvar a la gente, se sienten bien haciéndolo. En cambio, tú, deberías tener un poco más de empatía.

—¿Empatía? —Me miró como si realmente no me comprendiera— ¿Y eso que es?

—Es ponerse en los zapatos de los demás.

—¿En los zapatos de los demás?

—Sí.

—¿Y si no me sirven?

—¿Cómo dices? —Me tomó por sorpresa.

—¿Y si son muy grandes para mis pies y me quedan flojos?, ¿o si son muy pequeños y me aprietan? ¿Y si simplemente no me gustan? ¿Por qué debería ocupar unos zapatos que no van acorde a mis pies?

—No es a lo que me refería.

—¿Cómo podría ponerme en los zapatos de alguien más cuando ni siquiera soy capaz de llenar los míos?

—Al parecer no me entiendes, no estoy hablando de zapatos reales, son...

—No, es usted quien no me ha entendido.

Se levantó indignada y se marchó. No tan rápido como imaginé que lo haría, pues no me había fijado en el par de muletas que estaba recostada al banco cuando me senté.

 No tan rápido como imaginé que lo haría, pues no me había fijado en el par de muletas que estaba recostada al banco cuando me senté

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