Un vampiro de ciudad

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Hace dos semanas que no duermo bien, la angustia y la intriga se baten en duelo cada noche y quien resulta ganando me atormenta hasta el amanecer. Mi angustia era producto de la incredulidad de mis vecinos que desconfiaban de mi palabra, y la intriga a causa de mi curiosidad.

Resulta que hay un vampiro en la ciudad. Allá a la vuelta de la esquina, en la mansión más ostentosa que ha estado vacía durante años, se ha mudado un vampiro. No tiene largos colmillos, ojos rojos, ni viste ropa oscura. Todo lo contrario, parece un joven encantador que va a fiestas de la alta sociedad y habla de temas que me resultan aburridos. Pasa totalmente desapercibido y eso es lo que me aterra.

He alertado a todos en la ciudad y nadie me cree, la mayoría dice que alguien con un rostro tan angelical no es capaz de matar a nadie, y mucho menos de beber su sangre.

Recuerdo la primera vez que lo vi. Desde el momento en que bajó de su auto y puso los pies sobre la tierra, el ambiente se sintió diferente. Su aura era tan maligna que logró callar a los pájaros cantarines y borrar la sonrisa radiante del sol. El cielo se nubló tornándose gris. Él estaba cubierto de pies a cabeza como si se intentara proteger del sol. Desde que se bajó y el cochero abrió un paraguas sobre su rubia cabeza para guiarlo hacia la casa, no le he vuelto a ver. No a plena luz del día.

A veces lo observo desde mi ventana mientras cena en esa alargada mesa. No come mucho, pero sus labios siempre terminan bañados con algo rojo que podría jurar que es sangre. Algunas noches sale vistiendo trajes caros, sombreros elegantes y ese extraño bastón que de seguro mantiene oculta la hoja de una espada en su interior. Y también lo veo en las madrugadas cuando regresa sin poder mantenerse en pie por sí solo, obligando a su cochero a llevarle hasta la entrada.

Un día tuve el atrevimiento de acercarme a su jardín, y sus rosales —tan despiadados como él— rasguñaron mis tobillos bañando sus espinas con mi sangre. Me acerqué a uno de los ventanales que adornan tan lujosa mansión y eché un vistazo al interior. Tal y como lo esperaba, estaba todo oscuro. No había ningún rastro de luz excepto por unos pequeños rayos de sol que se escabullían por las hendijas de la madera.

Observé las pinturas en las paredes; sangrientas y aterradoras como si capturaran momentos de sus antepasados. Los pasillos estaban llenos de armaduras relucientes que proyectaban sombras horribles que parecían gritar imitando a los muchos soldados que él alguna vez asesinó. Y sus ojos...

¡¿Sus ojos?!

Él estaba mirándome desde el pie de la escalera. No supe en qué momento se paró allí, ni cuando su fría mirada se plantó sobre mí, provocando que se me erizara la piel. Sus labios se movieron y a pesar de que no le escuché pronunciar palabra, supe exactamente lo que dijo. 

«¿Quieres pasar?». Acompañó la frase con un ademán de manos y una sonrisa escalofriante.

Retrocedí dos pasos a pesar de que estaba bastante lejos de él. No me detuve mucho tiempo a pensar, mi respuesta fue salir corriendo. Tenía que huir de la ciudad. Luego de enterarme ayer lo que le sucedió a la pobre señora Luisa, que fue hallada mutilada a la orilla del río, ya no me sentía segura. En un lugar tan tranquilo como este, una acción así de cruel solo pudo haberla cometido ese vampiro.

Sin embargo, antes de irme, aproveché que su cochero descansaba bajo el roble de la entrada y caminé hacia él. Por primera vez le dirigí la palabra.

—Buenos días, señor.

—Buen día, señorita —Sonrió plácidamente como si estuviese esperando a que le saludara.

—Sé que le parecerá extraña mi pregunta, pero iré directo al grano, ¿no cree que su patrón es inhumano? —Pensé que mi pregunta le tomaría por sorpresa, pero no fue así— Sé que se comporta extraño, ¿le ha visto alguna vez alimentándose de sangre humana?

—No, por supuesto que no.

—¿Está seguro? ¿Hace cuánto trabaja para él?

—Llevo siglos trabajando para su familia y nunca les he visto tomar la sangre de un humano —Las comisuras de sus labios se curvaron formando una sonrisa, que además de asustarme, me permitió ver algo inusual y aterrador—. Y déjeme decirle que no saben de la exquisitez que se pierden. 

DemenciaWhere stories live. Discover now