El único testigo

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He presenciado algo terrible, fue tal vez lo más aterrador y tétrico que nunca antes vi.

El viernes pasado, luego de una ruidosa cena familiar, todos subieron a sus habitaciones, todos excepto yo; el invitado que descansaba sobre el sofá. Era una noche tranquila como cualquier otra, oscura por la falta de luna y fría por los fuertes vientos que golpeaban las ventanas.

El silencio abrumador se vio interrumpido por unas pisadas que se escucharon más cerca de lo que deberían. Giré la cabeza y vi desde dentro la silueta de alguien detrás de la puerta principal. Un auto pasó y sus luces se reflejaron sobre el extraño, por eso pude ver que intentaba forzar la entrada.

Abrió la puerta con tanto cuidado que esta apenas chilló. Caminó despacio, ignorando por completo mi presencia. Tras tomar algo de la cocina subió las escaleras y pasado unos minutos comenzaron los gritos.

Los estruendosos gritos que provenían de los niños fueron acompañados de fuertes golpes que causaron que se me erizara cada pelo de la piel. El ruido que producían los objetos al estrellarse contra las paredes enmudeció de repente junto con los quejidos de los niños que hace un momento rogaban porque alguien les salvara.

Momento después, el individuo que ni se molestó en cubrir su rostro —tal vez porque estaba seguro de que nadie lo vería, o que, aunque lo viera, no podría delatarlo— bajó las escaleras con las manos cubiertas de sangre y varias salpicaduras en el rostro acompañado de una siniestra sonrisa de satisfacción.

Se detuvo frente a mí y dijo:

—Tú no viste nada.

Para luego marcharse.

Todo quedó en un asfixiante silencio que me sirvió como señal para ir a echar un vistazo. Revisé primero la habitación de los padres y comprendí por qué solo escuché gritar a los niños. Él se deshizo de ellos primero, y lo hizo de una manera un tanto... ¿Peculiar?

Con el cuchillo que antes tomó de la cocina, cortó cada uno de los ligamentos de ambos cuerpos, impidiéndoles la movilidad. Pero eso no fue lo que más me impactó, sino lo que hizo después. Colocó los cuerpos de manera que pareciera que intentaban arrastrarse sobre la alfombra, luego trazó un rastro de sangre como el que hubiesen dejado sus manos si realmente llegaran a arrastrarse. Creo que aún no acababan de morir cuando salí de su habitación, aunque de seguro pronto se terminarían de desangrar.

El rastro de sangre guiaba al cuarto de los niños. Allí vi tal atrocidad que no merecía ser descrita. El estómago se me revolvió cuando bajé las escaleras luego de saber que aquello que escuché golpear contra el suelo no eran objetos.

Pudiera comparar la habitación con un rompecabezas en el cual el piso sería la base y los niños lo que se forma luego de armarlo, pero me faltarían piezas.

Al día siguiente la casa estaba llena de policías, criminalistas y forenses. Todos se preguntaban la misma cosa: «¿Cómo es que no hay ningún testigo?».

Claro que lo había, pero era un testigo inútil. Yo que presencié todo y no podía decirlo. Aunque, tal vez pude haber alertado desde el momento en que vi al asesino forzar la entrada, pero ese era el trabajo del perro, no mío, el simple gato de los vecinos.  

DemenciaOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz