Interno

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Un día abrí los ojos y me di cuenta de que estaba en el interior de una bestia. Una que sin importar el tiempo que pasara no me masticaba, no me tragaba, ni me digería. Mis manos se sentían libres, pero no estaban sueltas, no tenía esposas ni grilletes, pero estaba preso. Cautivo entre sus dientes de metal.

El frío azotaba mis huesos con tal rudeza que me vi obligado a arroparme con mis propios brazos. Me abracé como si mi vida dependiera de ello. De repente escuché pasos acercarse. Un rayo de luz atravesó las paredes de la boca de la bestia —tan duras como piedra— y se asentó en mi rostro. Algo se detuvo delante de mí; la bestia acababa de capturar algo nuevo.

—Veo que ya estás despierto.

Todas las luces se encendieron y al tiempo en que lo hicieron algo en mi mente esclareció.

—¿Doctor?, ¿es usted?

—Soy yo. Qué bueno que has entrado en razón. Nos tenías a todos preocupados.

—¿Qué hago en este lugar? —Intenté sentarme, aunque algo me mantuvo pegado a una silla del consultorio— ¿Por qué estoy atado? ¿Para qué es la camisa de fuerza?

—Los siento Allan. Estábamos en medio de una sesión y tuviste un ataque psicótico, así que tuvimos que neutralizarte.

Miente.

—Dudo del estado mental de los que me "neutralizaron" porque me han dejado libre los pies.

—¿Y qué tipo de cosas harías solo con los pies?

—Ahora que estoy en mi juicio, nada. Ya suélteme por favor.

—Bien, voy a desatarte, pero si haces algún movimiento brusco voy a tener que sedarte.

El doctor se acercó a mí, cortó la cuerda que me ataba a la silla, y me desató la camisa de fuerza.

—¿Lo ve? —Estiré mis brazos y sonreí— Estoy completamente lúcido.

—Eso parece. Pero lamento informarte que tendremos que internarte —Terminada de pronunciar esas palabras, tres hombres vestidos de blanco entraron en la habitación—. Por favor sigue a esos hombres por las buenas.

Ellos me rodearon, no tuve otra opción que hacer lo que dijeron.

—Fue un placer verlo hoy, doctor.

Pueden tacharme de loco, pero jamás de estúpido. Porque cuando seguí a esos hombres y estuve parado frente a esos dientes afilados, supe que ya había estado dentro de esa bestia. Por más de una semana de hecho.

Creí que nunca te darías cuenta.

«Tengo que salir de aquí». 


DemenciaWhere stories live. Discover now