Subcapítulo extra: Gardenias de nieve

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Luis y Daisy andan en busca de Anina y Marco. El viento otoñal se volvía cada vez más frío. Daisy se envuelve con su bufanda blanca.

Luis busca con la vista a su primo con las manos en los bolsillos de la chaqueta negra con bordes zafiro. Nota que su amiga se detiene en seco enfrente de una florería que no habían visto antes.

– ¿Qué sucede?

– Aquí... Hay plantas de mi reino.
Entra sin perder más. Y, él tras ella.

– ¿Hola?

Un señor de unos cincuenta o más se asoma de entre las plantas con una sonrisa y mirada tranquila.

– ¿Qué se les ofrece? – pregunta quitándose los guantes.

– Veo que tiene flores del reino de las plantas.

– Las logré salvar antes de la tragedia. Fue difícil.

– Me lo imaginó.

– Vean lo que quieran. Estaré por aquí.

La fragancia y los colores daban una sensación de paz. Daisy se reclina a oler un tulipán cielo. Percibe un olor que la transporta a su niñez.

Cuando salía a jugar a los jardines. Hablaba con las flores y abejas. Salía a pasear al bosque de los hongos y como la guiaban de camino a casa. Y, siempre por las noches, después de que sus padres le daban las buenas noches, se ponía de pie y salía al balcón a observar las resplandecientes palmas y flores nocturnas que iluminaban el paisaje.
De pronto, nota una planta marchita a un costado. Se aleja, con el recuerdo impactante, sintiendo su corazón latir apresurado. Se choca con Luis.

– ¿Qué te sucede? – pregunta al verla pasmada y pálida.

– Nada. Vamos – avanza y la jala para que no se chocará con el exhibidor – Lo siento.

– Dime, ¿qué pasa? – al verla respirando con agitación la toma de los hombros – Daisy tranquila. Respira.

Ya sin saber que más hacer la abraza.
Ella se siente bien y a salvo. Poco a poco se calma.

– Lo que pasa es... Ese día, mis padres huían conmigo. Yo en brazos de mi papá vi como el castillo era cubierto por púas y cardos. Las plantas se marchitaron y cobraron vida. Mi mamá... – suelta sus lágrimas – No lo logró. Mi papá me puso en el transporte y se quedó. Yo no quería irme. Los dejé y ahora están... – aprieta con fuerza la tela de la chaqueta llorando sobre su hombro.

Luis nunca imagino que esa sonrisa y ese ánimo alegre ocultaran la culpa y tristeza. ¿Qué haría ahora? Estar para ella ahora y apoyarla.

– Lo siento mucho.

– De niña tenía pesadillas y Anina se iba a dormir conmigo para abrazarme para cuando las tuviera.

– Fueron tiempos duros aún así eres la chica más alegre que conozco. Nos haces sonreír de buena manera – le asegura viéndola a los ojos.

– Gracias –baja la mirada sintiendo un cosquilleo en las mejillas.

– ¿¡Alteza!?

Ambos voltean y ahí estaba el señor observandolos.

– Usted, es la princesa Daisy, hija del rey Jay y la reina Flor.

– ¿Cómo?

– Disculpeme – hace una reverencia – Soy Frank Vicencio. No pude evitar escucharlos. Yo serví en el castillo. Déjeme mostrarle algo – regresa con una maceta con unos capullos grandes y blancos que reflejaban el sol.

– ¿Esos son...?

– Gardenias de nieve.

– Creí que se habían extinto.

– Logre salvar estás. Solo florecen al caer la primer nevada. Llevaré mi puesto al festival de los copos. Espero pueda venir a ver.

– Claro que iré.

– Y, por supuesto, también usted joven. Que veo que la conoce bien.

– Sí, señor. Soy Luis.

– Entonces, espero verlos a ambos.
Salen del negocio. Daisy sale dando brincos.

– No puedo esperar a que sea el festival. Y... – voltea a ver a su amigo – Gracias por animarme. Perdí el control...

– No. Es difícil y no debes ocultar lo que sientes. Cuando lo necesites aquí estoy – afirma rascándose la nuca.

Un breve silencio ocurre. Deciden avanzar.

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