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- ¿Estás seguro? -

Esas palabras se sentían como un puñal... o como una más de esas heridas de bala re-abriéndosele justo en el pecho y llenándose de hielo, porque cada latido de su corazón no hacía más que enfriarle la sangre.

Ver a Canadá a sus ojos melosos y notarlos llorosos era uno de los mayores dolores de su vida... pero sabía lo que estaba haciendo y sabía porqué, no podía quedarse allí ni rechazar la llamada de su bosque, era su hogar... un hogar con una familia que nadie podría superar, ni el amor de Canadá ni sus ojos melosos.

Estaban en su habitación, el cielo entre rosado violetacio se hacía notar como la única fuente de luz tras la ventana.

- Estoy seguro - Asintió, sonriendo, porque por fin volvería a casa

Y si bien era una sensación agridulce por tener que despedirse de Canadá, su cuerpo no podía dejar de temblar por la emoción.

El canadiense se mordió el labio y miró al suelo, apretaba los puños usando toda su fuerza para no rogarle que se quedara allí, porque sabía bien que no podía privar a Argentina de su hogar, ahí era donde pertenecía y donde el corazón le pedía estar... no a su lado.
El argentino lo tomó con delicadeza entre sus manos, tratando de mirarlo a los ojos y soltando un suspiro apenado, encontraba en sus ojos la misma sensación de querer quedarse e irse al mismo tiempo... pero al final del día la decisión estaba tomada y no había duda en sus ojos.

- Me vas a tener cerca - Aseguró el argentino mientras le acariciaba la mejilla - Son solo unos kilometros de distancia - Le recordó, señalando con la cabeza ese inmenso bosque tras su ventana

Ese que Canadá había amado apreciar desde niño hasta adulto año tras año más conmovido por su belleza, desvelándose todas las noches preguntándose qué tipo de místicos secretos ocultaría entre los troncos de sus árboles... ahora que había encontrado ese secreto que tanto había suplicado conocer, odiaba tener que dejarlo ir.

- Lo sé - Rió el melancólico canadiense - Solo no es lo mismo... - Agregó bajo su aliento

Argentina asintió con pena, pero tomó por el mentón a su amado y le sonrió cariñoso.

- Pero también me vas a tener mucho más cerca - Le susurró, empujándolo un poco de la barbilla para que mirara hacia arriba

Canadá primero estuvo confundido por sus acciones... hasta que vio hacia dónde apuntaba su mirada, a ese corazón de ramitas y lianas que colgaba sobre la ventana, aquel que todos los días le sirvió de recuerdo y consuelo las noches que Argentina estuvo desaparecido.
Bajó la mirada otra vez para encontrarse emocional a esos ojos de esmeralda del argentino, cargados de tantos poemas románticos que ni siquiera pudo empezar a leerlos antes de sentirse desbordado.

- Yo ya te había dado mi corazón hace mucho - Terminó susurrando, para cerrar con broche de oro esa pequeña despedida más personal que habían tenido

Canadá sintió un cosquilleo en su estómago y besó la mano del argentino con cariño, lentamente pasó sus brazos por la cintura del más bajo y dejó que este otro apoyara sus manos celestinas en su pecho, uniéndo sus frentes y cerrándo los ojos como si quisieran absorber ese último momento a solas, sabían que no sería el fin para ellos dos, pero no podían evitar que esa era la última página en el libro donde habían relatado la historia desprolija que juntos habían escrito.
Nunca se sintió tan en su hogar como respirando el aroma forestal del argentino, como si el bosque no lo hubiera dejado incluso cuando hacía meses que no lo pisaba, en parte solo le recordó que ese era el lugar donde debía estar y que pronto estaría partiendo allí... pero también fue una incitación a absorver y atallar en su mente cada segundo restante que les quedara juntos.
Se quedaría con ese calor, con la suavidad de su piel, con el brillo de sus ojos, lo dulce de su sonrisa, la gentileza de su naturaleza y con cada latido que le había robado... y aunque fuera solo en su mente, eso se sintió suficiente al pensar en ese argentino feliz y sano en su hogar.

Los ninfos (CanArg)Where stories live. Discover now