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“Brazos abiertos, una nueva oportunidad llega a nuestros ojos, pero muchas veces, eso es la perdición de nuestro ser”

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1990

Rigel tomaba la mano de su madre mientras observaba el lugar en el que se encontraban con interés.

Habían pasado dos años desde que la muerte de Pandora había sucedido.

Había sido demasiado sorpresivo para los niños, el que su tía Pandora ya no se encontrará de un día para otro.

Los días de luto habían pasado, pero aún así, Regulus y Eva seguían conservandola en su memoria al igual que Luna.

La pequeña Luna no estaba sola, tenía familia que cuidara de ella. No le faltaría el amor de una madre, o un padre, el amor fraternal de hermanos. Su familia siempre estaría con ella.

—¿Mami por qué estamos aquí?—Rigel ya contaba con once años. Su cabello comenzaba a ser revoltoso, rulos se habían formado en su cabello negro. Pero seguía siendo el niño de mamá. Rigel se abrazó más a Eva cuando un trueno lo sobresalto. Eva lo atrajo más hacia ella.

El cielo estaba nublado, nubes grises los rodeaban, el viento azotaba con dureza en sus rostros, el frío recorría sus cuerpos a cada paso que daban. Eva abrazo a Rigel contra ella, aprovechando el enorme saco que traía, compartiéndolo con el pequeño de ojos grises.

Eva se despojó de aquel abrigo dejándolo sobre Rigel, a pesar de que me quedaba grande, sabía que no tendría frío con ello.

—Bueno cariño, mi padre...el murió hace unas horas. —respondió Eva sin dejar que la mueca en su rostro se fuera.

—¿Y por qué no estás triste por ello?—Rigel preguntó con inocencia.

¿Por qué no estaba triste por ello? Bueno, muchos pensarían que quizás Eva estaba en etapa de negación, pero no era así, Eva no había sentido algún tipo de apreció hacía su padre desde los diez años.

No había sentido remordimiento por la muerte de su madre cuando casi la veía morir frente a ella, mucho menos iba a hacerlo con su padre. El hombre que jamás la protegió.

Siempre había sentido enviada por las chicas que antes decían ser sus amigas. Veía las relaciones que tenían con sus padres, como jamás se incomodaban cuando hablaban con ellos, o como disfrutaban de su tiempo de padre e hija. Siempre había deseado tener eso, pero parecía que su vida tenía de todo, menos, el amor que la familia siente por ti.

Todos los padres miraban a sus hijas con una gran sonrisa. Las amaban más que nada en el mundo y aquella hermosa sonrisa que todas las chicas tenían era la más brillante que su padre podría haber visto en años. No importaba si no estaban de acuerdo en cómo sus esposas eran de estrictas, o como siempre se le debían limitar todo tipo de cosas.

𝐋𝐈𝐓𝐓𝐋𝐄; Regulus BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora