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“Hasta el déjà vu más poderoso es frágil, y el mío se rompió al mirar el cielo sin Luna”

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Los humanos somos capaces de sentir un abanico de emociones tan vasto como el camino que se abre ante nosotros

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Los humanos somos capaces de sentir un abanico de emociones tan vasto como el camino que se abre ante nosotros. En nuestra existencia, las emociones se entrelazan, creando una sinfonía de alegría, tristeza, amor, ira y miedos.

Hilos invisibles que nos conectan, que nos hacen humanos.

El amor, un fuego que arde en el corazón, una llama que consume y da vida. El roce de las manos, las miradas compartidas, el suspiro en la noche. Es la dulzura de un beso robado y la agonía de la separación. Es un abrazo que nos envuelve, un refugio en la tormenta.

La tristeza es como una lluvia fina que empapa el alma. Es el peso en el pecho, la melancolía que se coloca sobre nosotros. Es el recuerdo de lo que fue y ya no es. Es un lamento en la oscuridad, una canción silenciosa que solo nosotros podemos oír.

Ira, un vendaval que arrasa con todo a su paso. Es el puño apretado, los dientes rechinando, la voz elevada. Es la injusticia que nos quema por dentro, la impotencia que nos hace rugir. Es un volcán en erupción, una fuerza primordial que nos consume y nos transforma.

El miedo, una sombra que se alarga en la noche. Es el corazón acelerado, las manos temblorosas, la mente que imagina lo peor. Es el abismo que se abre bajo nuestros pies, la incertidumbre que nos paraliza. Un eco en la oscuridad, una advertencia que nos mantiene alerta.

La alegría es como un rayo de sol que atraviesa las nubes. Es la risa que brota, el corazón ligero, la danza improvisada. Es el abrazo de un amigo, el aroma del café por la mañana, el primer paso en la nieve. Un regalo inesperado, un destello de luz en la rutina diaria.

La envidia, un sentimiento complejo y profundo. Surge cuando deseamos algo que otros poseen y nosotros no. Sentimiento de dolor y frustración debido a la injusticia percibida al compararnos con alguien que tiene lo que anhelamos. Creencia de que merecemos más que la persona envidiada, incluso alegrándonos por su fracaso.

A veces, la envidia nos motiva a alcanzar lo que deseamos.

Eso ponía a pensar a cada persona que había conocido a Suzett Rosier.

Un nombre susurrado en cada sombra, en cada corriente de viento, en cada pisada sobre su hogar, albergaba sueños tan vastos como el cielo estrellado. Su corazón, una tormenta de anhelos y ambiciones, ansiaba la cima del mundo mágico. Pero en su pecho, una verdad más oscura la carcomía; su prima, Euphemia Rosier, era alabada por sus padres mientras Suzett soportaba el desprecio de su padre. Él la denigraba con palabras afiladas como fragmentos de hielo, y su madre, testigo silente, nunca alzó la voz para protegerla. Las llamas de la protección nunca lamieron sus palmas.

𝐋𝐈𝐓𝐓𝐋𝐄; Regulus BlackOnde histórias criam vida. Descubra agora