〔 𝙅𝙄𝙉𝙓 ➳ mala suerte, o creencia de que una persona u objeto brinda mala suerte. 〕
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Ley'ra, una integrante del clan Metkayina, había perdido todo atisbo de esperanza y aceptado su cruel destino.
Sin embargo, quizá su perspectiva cam...
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— ¿Qué hacemos aquí, Neteyam? — Bufó Ley'ra con clara irritación cuando el susodicho, quien controlaba al ilu, los llevó hasta la superficie.
— Ya lo verás, confía en mi. — Susurró el ojidorado con voz sosegada, intentando transmitirle aquella tranquilidad a la malhumorada chica.
No es que estuviera tan molesta con él, pues en el fondo era consciente de que las intenciones del varón eran puras; pero el estar en la Caleta de los Ancestros sólo los llevaba a un sitio: el Árbol de los Espíritus, el lugar más sagrado para los na'vi al ser su conexión directa con Eywa. La última vez que estuvieron ahí fue junto a los menores, el día que Kiri tuvo aquella fea crisis. Era simplemente increíble como de aquello hacían solo unas semanas, pues se les asemejaba que había pasado una eternidad.
Llegaron cuando se formaba el eclipse, justo en el momento perfecto para ver aquellos matices purpúreos teñirse bajo el agua gracias a la bioluminiscencia de las plantas. La lluvia aún no había cesado, de hecho así pasó todo el día, y las gotas creaban pequeñas ondas al impactar contra el océano para luego fundirse en él.
Ley'ra mantenía sus orejas agachadas mientras se acercaban al árbol sagrado, suspirando pesadamente cuando la marcha del animal se detuvo.
— Quiero volver a casa. — Murmuró con un hilo de voz, casi pareciendo una pequeña niña asustada; aunque quizá lo era, o al menos se sentía como una.
Neteyam dejó de aprisionarla entre sus brazos, poniendo sus manos en los hombros de la fémina a modo de consuelo. También se sentía mal por haberla llevado de esa manera, sus orejas bajas lo delataban; pero sus acciones eran por un bien mayor.
— Ya que estamos aquí podrías aprovechar para conectarte, de esa forma encontrarás consuelo. — Animó a la par que sus pulgares dejaban caricias en la piel de la fémina inconscientemente.
El silencio los inundó por unos segundos, aunque la mente de la metkayina era mucho más que ruidosa por culpa de sus múltiples pensamientos.
— No. — Negó con su cabeza, tragando con dificultad por el nudo en su garganta. — No puedo hacerlo.
— Sí que puedes. — Contradijo él, apretando levemente los hombros de la fémina. — Eres más fuerte de lo que crees.
— Tengo miedo, Neteyam. — Admitió con un hilo de voz, aunque eso era algo que ya ambos sabían.
— Y está bien tenerlo, pero lo importante es enfrentarlo. — Incluso él, que siempre parecía tan seguro de sí mismo, solía sufrir por aquella emoción.
Al primogénito de los Sully le aterraban demasiadas cosas: no poder proteger a su familia, fallar a su gente, decepcionar a sus padres, no cumplir las expectativas, perder a sus hermanos, y ahora perderla a ella. Su valor residía en que aún así se esforzaba, no tiraba la toalla; no dejaría que ella lo hiciera tampoco.