22. Excepciones.

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Ivette Lambert.

— Florecita...— respiré intentando cohibir mis palabras—. Estaba comentándole a Margot que si alguna vez quisiera aprender Árabe... podría ser un buen profesor.

Dios, dame paciencia.

— De seguro Margot va a querer aprenderlo— murmuré con sarcasmo. Rogué que dijera que no, después quien se lo aguantaría.

— En realidad si quiero, sería bastante bueno.

— Será un placer ser tu guía— los ojos de papá estaban llenos de emoción, él siempre ha deseado ser profesor de idiomas a pesar de que su profesión amada fuera la arquitectura— ¿Sabes hablar otros idiomas?

— Si, Inglés y muy poco de Español— era muy notable que poco a poco Margot empezaba a salir de su caparazón, desde que había llegado estaba más inmersa en la casa que en la cena. Sin embargo papá la integró tantas veces en las conversaciones que le dio confianza para hablar.

— Eso es estupendo, Margot— mamá felicitó—. Y dime ¿Antes dónde estudiabas?

— Oh...— observé como la castaña se tensó bajo su asiento y agachó la mirada.

— Eso no es importante— exclamé, mirando a mis papás de manera severa.

— Es cierto— mi papá habló, dio un sorbo a su copa de vino, posó su codo izquierdo en la mesa y giró su torso hacia Margot— ¿Que tal tus papás, podemos hablar de ellos?

Sabía que papá ni siquiera sabía el contexto, la ternura y la atención se le notaba en toda su compostura, el no lo hacía por malas intenciones pero Margot cada vez se encogía por las preguntas que se le hacía.

— ¿Puedo ir al baño?— preguntó.

Mamá sugirió acompañarla para guiarla, me cubrí la cara y suspiré, estaba segura de como se sentía ella en estos momentos, esas preguntas la estaban afectando. Escuché el arrastre de la silla a mi lado, alcé la mirada y vi como mamá tomaba asiento.

— Ustedes no lo saben pero las preguntas personales que están haciendo la afectan— exclamé un poco molesta, no era culpa de ellos pero lo menos que quería era que Margot se sintiera mal—. Los padres de Margot murieron.

Papá abrió sus ojos con sorpresa y el arrepentimiento se marcó en su rostro, se recostó sobre el espaldar de la silla y negó con la cabeza. Por el contrario mamá solo veía a un punto desconocido, inexpresiva.

— También les pido que no alcen la voz, no griten así sea de emoción, a Margot la perturban.

Los pares de ojos claros se dirigieron hacia a mi a la misma velocidad.

— Está bien, no te preocupes— dijo mamá. Ella se levantó, recogió su plato vacío junto con el mío. Papá y Margot aún no terminaban.

— ¿Te importa mucho, no?

Mis ojos se alzaron hasta donde estaba papá, quien me sonreía con amor y complicidad.

— ¿Para el tiempo que nos conocemos? Si.

— El tiempo no va de la mano con la intensidad, princesa, siempre tenlo en mente.

Minutos después una castaña más tranquila salió del pasillo, y se sentó en silencio.

— ¿Te encuentras bien?—pregunté sin quitarle la vista de encima.

— Si— frunció sus labios, agarró el cubierto pero una mueca se formó en su rostro.

— No tienes que comer si no quieres— mencionó papá, Margot le sonrió agradecida—. Ve y hazle un tour por la casa, yo llevaré esto a la cocina.

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