4. Dulce casa

495 28 8
                                    

Ese mismo día de abril, en un avión.

Me acabo de despertar. Me ha ido bien dormir un poco. Aunque, sigo teniendo esas ojeras que parece que no he dormido en cinco años.

Al lado de mi asiento hay una señora, de piel canela, cabello tan negro como el carbón y unos ojos cafés. Está haciendo crucigramas, parece realmente concentrada.

Detrás de mí, hay una mujer con un bebé en brazos. Tendrá unos tres meses. Llora desconsoladamente, la madre está histérica.
Algunas personas se quejan del llanto del bebé.

Un poco más adelante, hay unos niños dando patadas al asiento de la persona de delante de ellos. Es un hombre mayor, al que no le está haciendo nada de gracia las tonterías de
aquellos niños.

El niño, da otro golpe al asiento. Al señor se le acaba la paciencia y les susurra algo, inaudible para mí. A juzgar por la reacción de esos niños, no les ha dicho nada agradable.

Una azafata bastante atractiva camina por el pasillo. Un hombre no le pierde la mirada. Lo peor es que su esposa, está al lado suyo, mirando embobada a un hombre muy guapo.

Espero no tener una relación así cuando sea más mayor. Creo que no sería capaz de casarme con alguien con el que no siento amor verdadero.

Llamadme romántica o soñadora, pero eso es lo que pienso.

El avión está aterrizando.

Rosa, mi madre, me está esperando en el aeropuerto para llevarme a su casa, que también será la mía.

Los pasajeros salen por orden. Todos tienen unas ganas infernales de llegar a su destino.

Me levanto y salgo del avión. Voy a por el equipaje. Lo veo y agarro las maletas. Uf, pesa mucho.

—Guapa, ¿necesitas ayuda? —pregunta un hombre calvo, de unos cincuenta años con una sonrisa juguetona.

—No.

—¿Estás segura, preciosa? —insiste el hombre, haciéndome ojitos. Patético.

—No necesito ayuda y menos de un viejo como tú —respondo enfadada.

Mientras camino me giro y le enseño el dedo corazón. El hombre me mira mal y murmura algo que no logro escuchar.

Estoy buscando a mi madre entre toda la gente.

Hay personas que han salido del avión, otras que quieren entrar y otras que parecen tan perdidas como yo.

Ahí está. Mamá.

Su estatura es más bien alta, medirá alrededor de uno setenta. Se ha teñido el pelo de rubio y se ha hecho mechas californianas. Sus ojos son azules, igual que los míos.

Parece realmente joven, bueno, en realidad, lo es. Nadie diría que tiene una hija de dieciséis años. Tiene treinta y cinco años, me tuvo con diecinueve. Sinceramente, yo no me veo dentro de tres años con una hija.

—¡Oh, cariño. Cuánto tiempo sin verte, corazón! —grita emocionada.

La última vez que le vi fue en navidad, hace cuatro meses.

La gente nos mira por el pedazo chillido que ha soltado.

—Hola, mamá —la saludo mientras camino hacia la salida.

—Pero, espera un momento. ¡Qué guapa que estás! Y como has crecido, eh —balbucea mientras se fija en mi escote.

—¡Mamá, por dios! —exclamo mientras mis mejillas se vuelven tan rojas como un tomate.

Enséñame a quererteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora