42. No le hagas daño, por favor

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Ese mismo día, en un sitio aislado de la ciudad.

Me despierto al escuchar algunas voces discutir. La cabeza me da vueltas.

Observo a mi alrededor. ¿Dónde estoy? Parece una casa abandonada o algo por el estilo.

Tengo las manos y los pies atados. También, hay cinta adhesiva en mi boca. Estoy sentada en una silla y no soy capaz de moverme.

Oigo unos pasos detrás de mí. Una mano me acaricia el cuello y me huele. Me entra un escalofrío.

—Catalina Fraga —esa voz la conozco. Me intento dar la vuelta pero es imposible. Me quita la cinta de un tirón.

—¿Qué?

—Nada —da unos pasos y se pone enfrente de mí. Hay poca iluminación pero puedo reconocerle perfectamente. Es Jorge.

—¿Qué...? Pero... —me muestro nerviosa.

Él da unos pasos hacia mí, dejando poca distancia entre nuestros rostros. Me sonríe de la forma más siniestra que he visto nunca.

—¿Qué quieres?

—A ti.

Mis ojos se vuelven húmedos a causa del temor, del miedo, del terror, de la incertidumbre.

—No te entiendo —balbuceo. Él sigue con esa sonrisa tan espeluznante.

—Haré lo que quiera contigo, después te mataré y dejaré una nota de suicidio. ¿Ya lo entiendes?

—¡Eres un psicópata! —le grito con todas mis fuerzas. Él me da una fuerte bofetada.

—Cállate.

—Te pillarán. Se darán cuenta de que tú y yo hemos desaparecido.

—No lo harán —me sonríe de nuevo.

—¿Por qué me haces esto?

—Agradece que te lo hago a ti y no a tu madre.

—¿Cómo?

—La conocí y me pareció guapa. Planeaba hacer todo esto con ella pero cuando me dijo que tenía una hija y me enseñó fotos tuyas, cambié de opinión —su mirada me intimida—. ¿Te acuerdas de las amenazas anónimas?

¿Que si me acuerdo? Pues claro que sí. Estaba atemorizada por si me pasaba algo a mí o a mis amigos.

—Sí.

—Pues era yo —me guiña un ojo—. Fue tan fácil convencer a la policía y a tu madre de que se trataba de una broma de un crío —se echa a reír—. Dejé de mandarte anónimos para que no sospecharan pero mi plan seguía en marcha.

—Estás loco —me fulmina con la mirada. Me da una patada en el estómago. Me doblo en dos. Hago una mueca de dolor.

—Veo que eres valiente, Cat. Sé muchas cosas sobre ti, ¿sabes?

—No sabes nada —niego rotundamente.

—¿No? —esboza una sonrisa maliciosa—. Sé que Bruno es tu novio, bueno, lo era. Qué mal que te haya sido infiel y te haya dejado plantada, ¿no?

Enséñame a quererteWhere stories live. Discover now