41. Boda

88 2 0
                                    

Un día cualquiera de finales de mayo, por el mediodía.

¡Catalina! Haz el favor de bajar ya.

—Ya voy —salgo de mi habitación y me reúno con mi madre en el jardín.

Hay una limusina frente a nosotras.

La cara de mi madre pasa de la indiferencia a estar horrorizada.

—¿Pero qué has hecho? —observa con detalle mi cara—. Tienes los ojos enrojecidos y las ojeras muy marcadas.

—Ayer fue un día difícil.

Recuerdo todo. El plantón, encontrarme a Daniela y a Bruno divirtiéndose, y haberle dejado ir.

Sin querer, dejo caer una lágrima. Mi madre lo percibe y la limpia con la yema de su dedo.

—No sé que ha ocurrido pero no dejes que hoy nada te opaque, ¿entendido?

—Está bien.

—Vamos, sube a la limusina.

Le hago caso y me siento en uno de los asientos de atrás. El chofer arranca y nos dirigimos al sitio de la celebración.

Mi madre intercambia un par de palabras conmigo y con el chofer, pero sinceramente no le presto atención.

En lo único que puedo pensar es en Bruno. Todavía no lo entiendo. Yo pensaba que estábamos enamorados, que me quería, veo que estaba equivocada.

De pronto, me encuentro llorando en una habitación de la finca. Mi madre me abraza con fuerza.

—Ya está, tranquila —me achucha como si fuera un peluche.

Me seco las lágrimas y pongo las mejores de mis sonrisas.

Voy hacia un vestuario y me pongo mi vestido. Una mujer baja me ayuda a maquillarme.

—Tienes unos ojos azules muy bonitos —me elogia con un acento francés.

—Gracias.

Termino de maquillarme y salgo a saludar a los invitados. Veo a mucha gente a la cual no conozco.

A lo lejos, veo a Miriam, Dafne y Mía. Intento correr hacia ellas pero es imposible con los tacones. Ando rápidamente hacia su dirección.

Ellas me ven y abren los ojos. Me dan un abrazo.

—Que guapa estás —Miriam me mira de arriba a abajo.

—Estás espectacular —coincide Mía.

—Gracias —notan cierta tristeza en mi tono de voz.

—¿Qué te ocurre? —Dafne se da cuenta.

Les cuento absolutamente todo lo que pasó ayer. Me miran asombradas.

—No me lo puedo creer... —Mía da vueltas sobre si misma.

—Lo siento, Cat —Miriam me lanza una mirada apenada.

Dafne me abraza fuertemente. Me da pequeñas palmadas en mi espalda mientras me tranquiliza.

Intento contenerme y no llorar para no estropear el maravilloso maquillaje que me ha hecho aquella mujer.

—¿Él ha venido? —balbuceo no muy segura de la respuesta.

—No lo hemos visto.

No sé si alegrarme o entristecerme.

—Voy a dar una vuelta —agarro aire y lo suelto lentamente.

—¿Te acompaño? —me propone Mía.

Enséñame a quererteWhere stories live. Discover now