46. Todas las rosas que quieras

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Un día cualquiera de junio, por el mediodía.

Acabo de volver del instituto. Estoy agotado. Ayer me pasé todo el día estando con Cat, no dormí prácticamente nada, solamente la contemplé mientras ella dormía.

Voy hacia mi cuarto y lanzo mi mochila al suelo. Después recuerdo que dentro de la mochila está mi teléfono y compruebo que no le he hecho ninguna grieta. A veces soy demasiado bestia.

Me tumbo en mi cama y dejo ir un bostezo. Cuando estoy a punto de dormirme recibo una llamada.

Agarro mi celular y contesto sin mirar el numero.

—¿Diga?

—Bruno —me nombra una voz familiar—, ¿podemos hablar?

—No, no podemos.

Le iba a colgar pero antes de que pudiera hacerlo, ella vuelve a hablar:

—Por favor.

Suelto un gran suspiro. Miro la hora que es.

—Cinco minutos —consigo decir.

—¿Qué?

—Tienes cinco minutos para hablar, ni uno más ni uno menos.

—Ah, ya —coge aire y comienza su discurso—: Sé que fui una mala persona al insinuarle a Cat que entre tú y yo había algo.

—Eso ya lo sé, Daniela.

—Sí, claro —hace una pausa—. Solo quería disculparme una vez más.

—Disculpas aceptadas.

—¿En serio? —parece realmente sorprendida.

—Sí, Cat y yo ahora estamos genial. Ni siquiera haciendo eso has podido separarnos.

No dice nada.

—¿Algo más?

—No, eso es todo.

—Muy bien —sin un «adiós» ni ningún tipo de despedida pulso el botón rojo, colgar.

Me vuelvo a tumbar en la cama, igual que antes de que Daniela me llamara. Estiro mi cuerpo y me pongo en posición fetal. Cierro mis ojos y mi respiración se relaja.

Únicamente escucho el «tic, tac» de las agujas del reloj y algún que otro pajarillo cantar. Recuerdo el día en el que Cat estaba borracha y no paraba de llamar «pájaro». Esbozo una sonrisa al recordar eso.

Todos los momentos con ella, buenos y malos, son perfectos porque estoy junto a ella.

Otra vez, el sonido de una llamada telefónica interrumpe mi intento de siesta.

Me abalanzo sobre el teléfono y lo pongo al lado de mi oreja.

—Daniela, ya te he dicho que...

—No soy Daniela —me interrumpe una voz femenina. De inmediato la reconozco. Es Mía.

—Ah, perdona, Mía —me disculpo—. ¿Pasa algo?

—Sí, es urgente —noto la tensión y la preocupación en su tono de voz.

—¿Qué pasa? —me levanto de la cama. Ella no me responde, insisto una vez más—: Mía, ¿qué ocurre?

—Es Cat.

Un escalofrío recorre mi cuerpo. A juzgar por la tensión que transmiten sus palabras, algo malo está ocurriendo.

—¿Cómo? ¿Qué le pasa? ¿Está bien? —lo digo tan rápido que dudo que lo haya entendido.

Enséñame a quererteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora