30. Mi boxeadora

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Un día cualquiera de mayo, en el recreo del instituto.

Mía, Miriam y yo charlamos tranquilamente mientras devoramos nuestros almuerzos. En mi caso, una manzana verde.

—Dicen que Daniela está embarazada —escupo el agua que estaba bebiendo.

—¿Qué? —mis ojos se abren—. ¿Embarazada? ¿De quién?

—No lo sé —Mía inclina la cabeza—. Se rumorea que iba tan borracha que se acostó con alguien.

—Vaya putada —reconozco.

—Literalmente —coincide Miriam.

Dafne se para frente a nosotras. Buscando la aprobación para sentarse en nuestro banco.

—Vete —le echa Mía de malas formas.

Dafne hace ademán de irse pero la agarro del brazo.

—Ven, siéntate —le hago un hueco. Ella se siente al lado mío.

Mía me fulmina con la mirada. Se pone en pie y dice:

—Pues yo me voy.

Observamos cómo se aleja lentamente. Su cabello rizado se mueve. Arriba abajo. Abajo arriba.

Dafne suspira. Le agarro del brazo.

—No le hagas caso no...

—¡Ay! —se le humedecen los ojos—. No me toques el brazo.

Me quedo mirándola fijamente. Miriam se percata.

—¿Lo has vuelto ha hacer? —interrumpe Miriam.

—Lo siento —se disculpa algo nerviosa.

Le doy un gran abrazo con cuidado de no hacerle daño.

Dafne saldrás de esta.

Ese mismo día, en la salida del instituto.

Salgo de la escuela, o mejor dicho, cárcel para estudiantes. Estudiar, estudiar y estudiar. Un completo aburrimiento.

Mi madre me espera, como siempre, en el coche.

—¡Hola, gato!

—Hola —le doy un beso.

—Hace unos días que no quedamos.

—Es cierto. He tenido muchas preocupaciones estos días, lo siento.

—No te disculpes —pone sus frías manos en mi cintura—. ¿Vamos a comer?

—¿Ahora? Mi madre me espera en el coche.

—Escápate conmigo —me sonríe seductor. Me convence y acabo aceptando.

—Espera, le tengo que avisar. Si no lo hago me mata.

Voy hacia el coche de mi madre. Como siempre, la música está a tope. Desde fuera del vehículo se escucha Arena y Sal de Omar Montes.

Rosa empieza a bailar como una desquiciada mientras canta, mejor dicho, chilla el estribillo de la canción.

Toco la ventanilla. Ella me mira y baja la ventanilla.

—¿No subes?

—No, voy a comer con Bruno.

Mi madre cambia de expresión. Se vuelve pilla.

—A comer y después el postre... —levanta las cejas queriendo insinuar algo.

—¡Mamá, cállate! —me sonrojo.

—Bueno, pasáoslo bien. Recordad utilizar condón porque... —le dejo hablando sola.

Avergonzada, voy junto a Bruno.

Enséñame a quererteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora