22. Lisboa allá voy

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Un día cualquiera de mayo, por la mañana, en el colegio.

Las ventanas, completamente abiertas por el calor que empieza hacer, deja pasar una brisa de lo más agradable.

Algunos alumnos, usan el teléfono a escondidas mientras el profesor explica. Unos lo utilizan para hablar con la novia, jugar a mini juegos, ver TikTok.

En una esquina del salón, Bruno, Xavier y Adam parlotean despreocupados sin prestar atención a la clase de matemáticas.

Armando parece darse cuenta pero, curiosamente, no hace nada al respecto. Simplemente, sigue sus explicaciones.

Mía, como de costumbre, mira pensativa por la ventana. Su rostro refleja la tristeza que siente. Me gustaría saber en qué está pensando. No soporto verla tan deprimida.

Parece que a Armando se le está acabando la poca paciencia que tiene. Observa con furia al grupito de la esquina que tanto charla.

—¡Vosotros tres! Fuera, salid de clase —señala la puerta. Ellos se levantan para salir del aula con una sonrisa pilla.

Cuando Bruno pasa al lado de Armando, este le agarra el brazo y le dice:

—Tucci, si sigues con tus pésimas notas y tu horrible actitud en clase tendrás mi materia desaprobada.

—Lo siento si le ofendo, profesor. Pero prefiero suspender matemáticas que prestar atención en su clase. Es un completo aburrimiento —Armando le fulmina con la mirada.

—Ahora dices eso pero cuando seas mayor lamentarás no haber atendido en mis explicaciones.

—Lo dudo mucho. No me interesa para nada la idea de trabajar de algo relacionado con polinomios —sale de la clase con aire triunfante.

—Malditos adolescentes —susurra para él mismo. Armando se levanta de su asiento y sale de la clase para reñirlos, castigarlos o expulsarlos. Depende de su estado de ánimo.

Los estudiantes se revolucionan. Empiezan a lanzarse bolígrafos y gomas de borrar. Escucho una conversación:

—Mi vecino está que te mueres, te lo juro Dani.

—¿Te has acostado con él? —le pregunta mientras le lanza una mirada divertida.

—Sí. Él vino a mi piso y estuvimos toda la tarde..., ya sabes —confiesa. Daniela y su amiga se ríen como dos auténticas locas.

Genial, lo que me faltaba por oír.

Daniela se percibe de que las estoy mirando y, por lo tanto, las he escuchado.

—¡Eh, tú! ¿No te han enseñado que escuchar las conversaciones de los demás es de mala educación? —me reta. Su amiga suelta una carcajada sarcástica.

—¿Sabes? No eres el ombligo del mundo. Ni que me interesara las tonterías de las que habláis.

—Pues a ver si te metes en tus asuntos.

—Pero si eres tú la que ha empezado la conversación —suelto un suspiro—. No tengo tiempo para discutir contigo.

Daniela está apunto de replicarme cuando el profesor vuelve a entrar al aula acompañado de Bruno, Xavier y Adam.

—Pero ¿qué estáis haciendo? —se queda perplejo viendo a los alumnos lanzándose objetos, subidos encima de las mesas, usando el móvil...—. ¡Quién no vuelva a su asiento está expulsado!

Inmediatamente, todos dejan de hacer lo que estaban haciendo y se sientan. Un completo silencio reina la clase. Para Armando, esa falta de sonido es música para sus oídos.

Enséñame a quererteWhere stories live. Discover now