43. Carta

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Ese mismo día, por la noche, en un sitio alejado de la ciudad.

Un silencio total recorre la casa abandonada. Tengo heridas en todas las partes de mi cuerpo por culpa de la navaja de Jorge.

Me siento débil, el dolor sigue cada vez más intenso. Me fijo en mi muñeca, al lado del pañuelo que tapa el tatuaje tengo escritas las palabras «Bombón» con mi propia sangre. Supongo que me desmayé del dolor y por eso me acabo de dar cuenta.

Tengo miedo, no paro de temblar. Quiero salir de aquí. Desearía gritar con todas mis fuerzas «¡Ayuda!» o «¡Auxilio» pero sé que eso no llevaría a nada y las consecuencias serían peores.

A unos cuantos metros de mí, el tipo bajo que me secuestró duerme plácidamente en el suelo. Incluso, de vez en cuando ronca.

Ojalá poder dormirme, ojalá acabar con esta maldita pesadilla.

Cada tres horas se turnan para vigilarme. Esto es inútil. Ni que pudiera escapar.

El hombre de baja estatura sigue durmiendo. En ocasiones sonríe. ¿Qué estará soñando? No quiero ni imaginarlo.

En uno de los bolsillos de sus pantalones militar guarda una pistola. Genial, están armados.

No sé ni qué hora es. Por la poca iluminación que entra por una de las ventanas he de suponer que es de noche o que está anocheciendo.

Jorge aparece de repente. Observa a su amigo dormir. Le propina una patada directamente al estómago. Él reacciona y abre los ojos.

—¿Qué mierda haces? —se frota los ojos y bosteza una vez más.

—¿Qué haces tú? Tenías que vigilarla, no quedarte dormido.

—La estoy vigilando —se queja.

—Sí, claro —ironiza—. Con los ojos cerrados, ¿no?

Los dos me miran fijamente. Me entra un escalofrío. Tienen una mirada vacía, inexpresiva, espeluznante.

Jorge se acerca a mí con una sonrisa traviesa. Intento no hacer contacto visual con él. Me da miedo.

—¿Qué tal, bombón? —me guiña un ojo—. ¿Has dormido bien?

—No he dormido nada.

—Mejor, nada de siestas. Ahora es de noche, podrás dormir.

—No lo creo. Esta cama no es muy cómoda —señalo la silla a la que estoy atada.

—¿Prefieres dormir en el suelo con todas las cucarachas y bichos que hay?

No le respondo.

—Me lo imaginaba —resopla.

—¿Cuánto tiempo me vais a tener aquí?

—Veo que eres una chica impaciente —me sonríe con una gran soberbia—. Todo a su tiempo, bombón.

¿Puede dejar de llamarme así? Gracias.

—Me llamo Catalina.

—Ya lo sé.

—No lo parece.

—¿No sientes miedo?

—¿Qué? —levanto las cejas.

—Eso parece, contestas con mucha arrogancia. No estoy acostumbrado a eso.

—¿Quieres que esté asustada?

No voy a mentir, estoy aterrorizada, pero sé disimularlo.

—Pues sí —saca una pistola y me apunta a la cabeza—. ¿Tienes miedo?

Enséñame a quererteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora