31. Embarazo

147 2 0
                                    

Un día cualquiera de mayo, en el instituto.

Es la hora de matemáticas. Sí, matemáticas es siempre un infierno. Pero hoy lo es aún más. Examen sorpresa. Así lo llama Armando.

—Espero que hayáis disfrutado estos días —suelta alegremente para darle un toque siniestro—, porque hoy os vais a arrepentir de no haber puesto más atención en mi materia.

Siempre que hay examen, Armando está de un estupendo humor. Profesor de pacotilla.

Separamos nuestros pupitres haciendo cinco filas. Cada uno a un metro de la persona más cercana que tiene.

Bruno y Xavier susurran algunas técnicas para copiar. Copiar es para atrevidos. A los que no les importa suspender la materia. Porque copiar en la clase de Armando es de locos. Parece que tiene un radar para las chuletas.

Recuerdo que Miriam usó típex para copiar y la pillaron. Desde ese momento solo podemos utilizar un bolígrafo, ni cinta correctora ni nada.

Reparte el examen mientras silba tranquilamente. Pasa por mi lado.

—¿Puede dejar de silbar? Me duele la cabeza —le insinúo.

—Lástima que mi silbido no te va ha hacer aprobar el examen, Fraga.

Ganas de matarlo al cien por cien.

Se sitúa detrás de su escritorio y configura su reloj.

—Como siempre, tenéis cincuenta minutos para rellenar el examen —se pasea por el aula mientras dice su típico discurso—. No quiero chuletas, no quiero que os chivéis las respuestas porque os acabaré pillando —Bruno y Xavier se dedican una mirada entristecida—. No os voy a mentir, es un examen difícil. Solo me queda desearos suerte. Ya podéis comenzar —el cronómetro comienza a contar.

Uno de mis problemas a la hora de hacer exámenes o pruebas es que mi mente se queda en blanco. Completamente en blanco. Me pongo tan nerviosa que no me acuerdo de nada de lo que he estudiado. Eso es definitivamente lo peor que me puede pasar.

Y esto es uno de los casos. Primera pregunta. No lo entiendo. ¿Y eso cuando lo ha explicado? ¿Eso qué es? ¿Esa palabra existe?

Examen suspendido, no tengo pruebas pero tampoco dudas.

Observo a mi alrededor. Todos tienen la misma expresión: atemorizados. Algunos escriben lo primero que se les ocurre y después lo tachan maldiciéndose por no haber estudiado más.

Bruno. ¿Qué está haciendo? Mira al frente con una sonrisa burlona. Juraría que no ha escrito nada en el papel.

—Bruno —le llamo en un susurro. Armando no se ha enterado—. Bruno —le vuelvo a llamar.

Bruno me escucha. Me busca con la mirada. Arquea una ceja queriendo decir «¿Qué demonios pasa?».

Mis ojos miran su examen en blanco y después a él. Él capta mi mensaje. Se encoge de hombros como si estuviera diciendo «No tengo ni la menor idea de que poner».

—Invéntate algo, improvisa —pronuncio cada sílaba sin hacer ningún sonido.

Él asiente con la cabeza y se vuelve hacia su examen.

Tic, tac. El tiempo pasa. Y se acaba. El cronómetro suena con todas sus fuerzas.

—¡Manos arriba —nos ordena como si fuéramos concursantes de MasterChef—. ¡Bruno suelta el lápiz! Bien, voy a recoger los exámenes hagan cualquier movimiento brusco y les pondré un cero.

He contestado siete ejercicios de los diez que había. La mitad de ellos me he inventado la respuesta. Así que como máximo sacaré un triste cuatro y como mínimo..., mejor ni decirlo.

Enséñame a quererteWhere stories live. Discover now