Mi Espadista

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La luz de la luna iluminaba la habitación en la que se encontraba, estaba todo en silencio.

En estos momentos se preguntaba si era necesario todo lo que hacían.

¿Qué sucedería si un día condenan a su pelinegro a muerte? ¿Qué haría él?

No se sorprendió al escuchar que la ventana era abierta fuertemente.

La brisa fría entró a la habitación junto a la única persona que era capaz de iluminar todo.

Dirigió su mirada al pelinegro, este lo miró con una sonrisa, mientras se sacaba el sombrero de calañés.

-Volviste.

Lo vió asentir, para después acercarse a el.

-Estoy aquí.

Suspiró cuando sintió la mano del contrario acariciar su mejilla.

¿De verdad era necesario? ¿No podían trabajar y tratar de ser felices juntos?

Se tomó el tiempo de analizarlo completo, notando una mancha roja en su camisa, al lado de una cortada.

Negó con la cabeza, mientras posaba su mano ahí.

-Estás herido.

El contrario hizo un sonido para restarle importancia, mientras se alejaba de el.

-No es nada, estoy bien.

Se levantó, agarrando su brazo para acercarlo a él.

-Siéntate, te voy a curar.

Escuchó su bufido, seguido de que se soltaba de él.

-No es nada...

-Iván...

Un suspiro se escuchó en la habitación, mientras el pelinegro se sentaba en donde estaba el castaño antes.

Asintió en silencio, caminando hacía la cocina para buscar algunas vendas y paños húmedos para curarlo.

Estaba un poco cansado de hacer eso diario.

[...]

Acercó el paño húmedo a la herida, limpiando, el gruñido que salió de  los labios del contrario lo hizo negar.

-Deberíamos dejar esto.

Metió el paño al cuenco con agua, para limpiar la sangre.

-¿Cómo qué dejar esto? Ya lo hablamos una vez, eso no sucederá.

Juan apretó el paño entre sus manos, gruñendo.

-Un día te van a herir de verdad, Iván, y yo no estaré aquí para curarte.

-Juan.

Ignoró su voz, mientras volvía a acercar el paño a su herida, para limpiar la sangre que aún salía.

¿Que acaso no entendía qué tenía miedo? ¿Que tenía miedo de que un día lo condenarán a muerte y no pudiera escapar como siempre lo hacía? ¿Que las mujeres que tenía por dinero un día descubran que no es amor y lo maten?

»Juan, mírame.

No, él no entendía, porque para él nada de lo que tenían era importante.

Su vista se nublo, ignoró las pequeñas lágrimas que bajaban por sus mejillas y se juntaban con el agua con sangre que descansaba en el cuenco.

La mano del contrario se dirigió a su barbilla, para levantar su mirada.

Secó las lágrimas que caían por sus mejillas.

One shots [Spruan]Where stories live. Discover now