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—Que bien. —dijo Evelyn sarcástica. — ¿Quieres ir a ver qué se rompió, Zerek?

— ¿Yo por qué? —reclamó.

—Sólo ve. —ordenó.

Zerek caminó a zancadas hacía las escaleras mientras que maldecía entre dientes hasta que se perdió de vista. Por otro lado, Evelyn analizó simultáneamente los escritos de dicho libro. Era una serie de conjuros y simbología no necesariamente buena. En su mayoría estaba repleto de pentagramas y formas hechas con lineas, seguido de textos que no estaban en su idioma. Aun le costaba entender como era que Zerek pudo si quiera pronunciarlo.

A los pocos segundos bajó casi corriendo las escaleras, era tanta su rapidez que tropezó y por poco cae de las mismas. Pero mantenía una sonrisa.

—Bueno, no se rompió nada. —dijo despreocupado.

— ¿Estás seguro? —preguntó Evelyn.

—Completamente seguro. —aclaró y forzó una sonrisa. —Todo esta intacto...

— ¿Revisaste la oficina de Serkins? —intervino Robbie.

—Eh... Claro, todo estaba intacto. —dijo con un tono bastante inseguro. Evelyn solo le dedicó una mirada interrogante.

—Dejame adivinar, no revisaste porqué te da miedo la muñeca. ¿Cierto? —supuso Evelyn.

—Por supuesto que no... No me da miedo Rose. —aclaró.

— ¿Rose? —inquirió Robbie.

—La muñeca de la oficina de Serkins. —explicó. —Tiene una etiqueta en su mano izquierda que dice: «Mi nombre es Rose».., o algo así.

—Bueno, ¿Entonces qué se rompió? —preguntó Evelyn, ignorando por completo lo anterior dicho por Zerek.

—Nada. —contestó con presteza, Zerek. Por su expresión se notaba algo nervioso.

—Como no hayas revisado bien, preparate para lo que sea. —advirtió y recibió como respuesta un «Sí claro...» por parte de Zerek. Y el resto de la tarde fue lo más silencioso posible, como si todos se esforzaran por no decir absolutamente nada.

Serkins no volvió hasta pasadas las 5:00 PM. Tenía un semblante más gruñón que de costumbre, su mano izquierda estaba ocupada mientras que con la otra se sostenía en su bastón. Y caminaba incluso más lento a diferencia del día en que contrató a Robbie.

Pero al llegar a su oficina, grito tan fuerte: «NO PUEDE SER». Que Robbie, Evelyn y Zerek, quienes estaban en la planta baja, se sobresaltaron del susto. Acto seguido, Serkins caminó tan rápido y bajo las escaleras, rojo como un tomate de la ira. Parecía que dentro de poco le daría un infarto, pues palideció repentinamente. Pero no era más que por ver el libro.

— ¡¿Qué Creen Que Hacen Con Esto?!  —regañó y tomó el libro bruscamente.

—Estaba en la caja que usted me dijo que bajara... —contestó Zerek.

— ¡¿Y por qué la vitrina de la muñeca estaba abierta?!

— ¿Estaba abierta? —preguntó Evelyn a Zerek, quien se encogió de hombros.

— ¡¿Nadie dirá qué hacían en mi oficina?! —apuntó con el bastón.

—No entramos a su oficina. —aclaró Evelyn.

— ¡¿Entonces por qué Rose está rota?! —reclamó. Luego fijo su mirada a Robbie, quien no había dicho absolutamente nada. — ¡Muchacho! —apuntó con su bastón.

—Ahm... No subimos a su oficina señor. —respondió de la manera más tranquila posible. —Ni si quiera sabíamos que la vitrina estaba abierta...

—Pues lo estaba. —dijo con ímpetu. —No hay otra explicación por la que estaría abierta.

—Puede que la haya dejado abierta. —comentó Evelyn.

—Soy viejo pero mi memoria no falla niña. —aclaró.  —Yo no deje esa vitrina abierta.

Luego de una extraña discusión que no llegó a nada y después del sermón de Serkins, ninguno de los tres se pronunció ante el evento. Solo siguieron con su trabajo sin pronunciar ni una sola palabra. Pero Robbie parecía estar más distraído de lo normal. Sabía que el comportamiento de los espectros ambulantes de la tienda era más apresurado del que tenían días antes. Pues lucían más sombríos.

Sombras De MedianocheTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon