ENTRE DOS MUNDOS - RAFE CAMERON (PARTE 01)

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"Entre los senderos oscuros del corazón, se esconde una atracción magnética hacia lo prohibido, una llama cautivadora que ilumina nuestros más oscuros deseos."

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—¿Estás despierta? —mamá asoma la cabeza por el hueco de la puerta y sonríe.

Me cuesta verle la cara con claridad porque la habitación está algo oscura, aunque yo siempre dejo un poco más levantada la persiana de lo normal. Supongo que hoy ha amanecido nublado. Habrá intuido que hoy no es un día bueno y el tiempo se habrá puesto de acuerdo con mi humor.

—Sí, pasa —murmuro, con la voz adormilada e incorporándome un poco.

La cama cruje bajo mi movimiento y un sentimiento de pena me atraviesa el pecho con fuerza. Voy a echar mucho de menos esto. No sé si estoy preparada para la nueva etapa de mi vida que mi madre tiene preparada para nosotras.

Mamá entra con su radiante sonrisa a la habitación y levanta la persiana con entusiasmo. La claridad del exterior me golpea en la cara y tengo que enterrar la cabeza debajo de las sabanas. Me acabo de despertar, pero creo que ha entendido que llevo muchas horas despierta. Noto como la cama se hunde a mi lado y, segundos después, mamá me arranca la sábana de encima y me deja (de nuevo) expuesta a la claridad del exterior. Resoplo. Sé que viene a hablar de todo lo que va a pasar hoy, creo que la conversación que tuvimos anoche no acabó como ella pensaba y viene a por una segunda ronda.

—Sé que es difícil de entender, cariño, pero necesito que me apoyes en esto —me pide, en un tono tranquilo.

Aparto la mirada de mi madre y a la cabeza se me vienen todas y cada una de las palabras que me dijo hace un par de semanas y por las que volvimos a discutir ayer.

Mi madre llegó una tarde a casa con nerviosismo. Yo acababa de llegar de trabajar y me sorprendió verla de aquella manera. Me pidió que nos sentásemos a hablar. No es que me pusiera a la defensiva, pero aquellas palabras no me gustaron un pelo.

—Tengo que contarte una cosa —me dijo.

—¿Te han despedido? —pregunté, alarmada.

Que a alguna de las dos nos despidieran no era algo bueno para nuestra estabilidad económica. Vivíamos en la zona pobre de la isla y necesitábamos mucho el dinero desde que mi padre murió en un accidente de trabajo. Desde pequeña siempre me han dicho que mi vida iba a ser complicada por haber nacido en esta parte de la ciudad. No es que fuera mala, pero la precariedad en esta zona se hacía notar en cada esquina de cada calle. Aun así, no me disgustaba vivir aquí. Sentía que todos éramos una familia y que siempre íbamos a estar para todos, aunque no hubiéramos hablado nunca. Supongo que eso es lo que hace la vida con las personas que no tienen para acabar el mes.

Juntarlas y hacerlas una piña para pelear por lo que es suyo.

Aunque sea poco.

Aunque no sea nada.

—No, no me han despedido —aquellas palabras me tranquilizaron durante unos instantes.

—¿Entonces? —pregunté completamente perdida.

No sé qué es lo que podía estar pasando para que hubiera tanta tensión en el cuerpo de mi madre.

—¿Te acuerdas del hombre del que te he hablado numerosas veces?

—¿El hombre con el que llevas mucho tiempo saliendo y que todavía no has tenido la decencia de presentarme? —respondí con algo de rintintin—. Sí, me acuerdo. ¿Qué pasa con él?

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