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Alastor parpadeó un par de veces, sorprendido por la revelación. El demonio araña que había conocido, con esa predisposición amigable y fuerte instinto protector, resultaba ser el Overlord llamado Angel Dust. Él frunció el ceño con intriga ¿Acaso Millie estaría al tanto de esto? Seguramente, después de todo, ella parecía mantener una comunicación constante con el imp tímido pero talentoso en el escenario que debía ser el demonio de confianza de Angel, con quien había realizado un pacto.

Sin embargo, lo que realmente desconcertaba a Alastor era la presencia de Vox en esa reunión de Overlords. Pero él no era el único, Lucifer parecía genuinamente impresionado y agradablemente sorprendido por la aparición de Vox después de su reciente castigo. Lo cual era absurdo, esa insufrible caja de colores no había hecho lo que debía para ganarse su libertad...

Alastor giró sobre sus talones y se acercó a Rosie, quien naturalmente tomó su brazo y comenzó a caminar a su lado, agitando su abanico en dirección a Angel.

— ¿Te enteraste...?

— Imposible no hacerlo, todo el mundo está hablando de eso. —Alastor comentó a la ligera—. Es la primera vez que Angel Dust asiste a un evento de Overlords desde que tomó el título.

— Lo tratas como noticia vieja y es algo que está ocurriendo en este momento. —Rosie le lanzó una mirada de reproche juguetón—. Pero no me refiero a eso, quizás nuestro nuevo miembro sea realmente un ángel, porque sin lugar a duda ha realizado un milagro, amor mío, —comentó Rosie con una sonrisa traviesa, consciente de que estaba tomando su tiempo para responder a su pregunta silenciosa—. No me digas... ¿no te has enterado?

Cruel mujer, solo Rosie podía jugar con su curiosidad a sabiendas de que esta existía atrás de su sonrisa indiferente.

— Creo que es obvio que no. ¿Qué rumores giran alrededor de Angel Dust más allá de su actual presencia? —preguntó Alastor, alcanzando el final del salón y girando para seguir el falso paseo que ambos estaban llevando a cabo como una excusa para tener una conversación privada y entretener sus mentes sin ser interrumpidos por otros.

— Vox tampoco debería estar aquí—

— En eso estamos absolutamente de acuerdo. —Alastor interrumpió juguetonamente—. Sugiero que se lo digamos a nuestro rey. Es tan innecesario que ese armatoste este en esta o cualquier reunión.

— Alastor... —Rosie presionó el abanico contra su mentón para obligarlo a cerrar la boca—. Sabes que me refiero a que después del castigo que Lucifer impuso en Vox, él no debería haberse recuperado tan rápido. Él ni nadie, sinceramente. —Ella se corrigió—. Pero parece ser que Angel logró liberar a Vox de la Maldición del Orgullo en tan solo tres días, —respondió Rosie, ocultando sus palabras detrás de su abanico como un gesto de total secretismo—. Y según lo que me ha contado Lilith, sea lo que sea que Angel hizo creó el pecado de orgullo más puro, fue un festín intoxicante para Lucifer. En ese simple acto, Angel se ha ganado una reputación como un rompedor de maldiciones.

Alastor apretó los ojos ante el repentino zumbido estático que invadió su mente, como si un fusible hubiera estallado. No era la primera vez que Lucifer castigaba a Vox de esa manera, pero el ritmo de los eventos no encajaba con la experiencia previa de Alastor. Esas maldiciones duraban días, a veces semanas, pero solían terminar igual. No creía que Vox recordara lo que sucedía al final de cada castigo, ya que Alastor solía encontrarlo fuera de su torre de radio, febril y obsesivo, repitiendo su nombre en un estado de completa locura. Por lo general, las maldiciones de los pecados capitales rompían la mente de sus víctimas hasta que estas encontraran el camino hacia su propio pecado. En el caso de Vox, cuando se trataba del orgullo, ese pecado era personificado por Alastor. Así que tarde o temprano, acudía a él y Alastor se encontraba con la tarea de destruir su ridículo orgullo hasta que no lo necesitase y así pudiese ser libre.

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