03. Las rosas azules no siempre son la mejor opción

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La noticia llegó a los medios de comunicación de todo el mundo dos semanas después, un día antes de Nochebuena. Desde entonces, Sergio había tomado la decisión de volver a México para descansar en su casa de Puerto Vallarta.

Realmente las cosas no iban nada bien. Max no había vuelto a llamarlo y Horner había mandado a un abogado hasta su casa para que firmara la rescisión del contrato con el propósito de que no se encontrara con nadie más. Sergio agradeció eso, no tenía ganas de hablar con nadie ni mucho menos de dar explicaciones.

Los días posteriores a la firma transcurrieron con total calma. Los pilotos estaban de vacaciones y no tenían por qué estar en tendencias. Sergio estaba llevando la situación a su manera, aunque no era la más correcta. Dormía la mayor parte del día y cuando estaba despierto se perdía en el minibar de su casa. También se había dejado crecer más la barba, detalle que lo hacía verse más viejo de lo que era. Su guardarropa había pasado de lucir bonitos pantalones y camisas elegantes a pants holgados y playeras descoloridas. Era un desastre en toda la palabra y no había nadie cerca que pudiera ayudarlo.

Aquella mañana, por alguna extraña razón, Sergio despertó temprano. Cómo de costumbre, se acercó al minibar y se sirvió un caballito de tequila. Sin pensarlo mucho, se lo llevó a los labios y se lo bebió de golpe; luego volvió a llenar el vaso y fue a encender el televisor. Puso un canal aleatorio —no tenía ganas de ver nada, solo quería ruido— y cuando encontró un canal de noticias, lo dejó ahí y se tiró al sofá. No estaba prestando atención. Siempre era lo mismo. Sin embargo, cuando escuchó su nombre en los labios de la presentadora, dejó de mirar su vaso y se puso alerta.

Red Bull, oficialmente, había declarado que estaba fuera del equipo.

Se quedó inmóvil, con la mirada fija en la pantalla y el caballito a la altura del pecho, a punto de derramarlo sobre su camisa que no había molestado en cambiarse en dos días. A pesar de tener conocimiento de esa información desde antes, escucharla de la boca de alguien más que no fuera Horner o el abogado era muy duro. Inmediatamente su teléfono comenzó a sonar como loco, pero en lugar de contestar, se bebió de golpe el tequila y luego apagó el televisor.

No podía seguir mirando. Seguía demasiado dolido como para soportar más especulaciones de personas que no hacían nada más que destruirlo lentamente. Así había sido siempre. Eran pocos lo que lo apoyaban, y ahora con esa noticia sonando por todos lados, no dudaba que se lo comerían vivo. De mediocre, segundón y fracasado no lo iban a bajar. Estaba harto.

Dejando el vaso sobre la mesa de centro, se puso de pie y cruzó la sala para ir rumbo al balcón para mirar el mar. Apenas y podía caminar, su cuerpo se tambaleaba de un lado a otro como si se tratara de un niño pequeño que apenas estaba aprendiendo a caminar. Cuando llegó, abrió la enorme ventana corrediza que separaba al balcón de la otra parte de la casa y la brisa golpeó su rostro con agrado. Soltando un profundo suspiro, se sostuvo del barandal de cristal y bajó la cabeza un momento.

Entonces, comenzó a llorar. Sentía que todo su esfuerzo había sido en vano. No solo estaba fuera del mundo automovilístico, sino también había perdido a la persona a la que alguna vez llegó a considerar el amor de su vida. Cada vez que cerraba los ojos veía el rostro de Max, sonriéndole con sus agradables mejillas y achinando los ojos de manera graciosa. Él le había gastado varias bromas al respecto. Max, a quien le había entregado su corazón a pesar de los frecuentes comentarios hirientes que le hacía cuando estaba molesto o cuando algo no salía como esperaba y buscaba desquitarse con la primera persona que encontraba.

Algunas personas como Alonso le habían advertido que los arranques de ira de Max no eran normales. «Ten cuidado, no confíes ciegamente en él» le decía cada vez que veía al neerlandés caminar junto a su padre atrás de las bodegas antes de cada carrera, pues al volver nunca era la misma persona. Sergio, como era de esperarse, nunca lo escuchó.

King of the streets || Chestappen § Chewis Where stories live. Discover now