22. Caos

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A Sergio siempre le había gustado despertar y recibir la brisa matutina del mar en el rostro a modo de cálido saludo, sobre todo los días en los que no tenía planeado nada qué hacer. Tradicionalmente eso sucedía en cada parón de verano, ya fuera en su casa de Puerto Vallarta o en el departamento que solía compartir con Max en Mónaco; sin embargo, ese año era diferente. La brisa no había cambiado; tampoco el clima. Lo único diferente era lugar y la situación en la que estaba, con los pies enterrados sobre la arena y las manos extendidas a los lados como soporte, preocupándose solamente por las suaves olas que apenas y le llegaban a rozar la punta de los pies.

Habían pasado ya tres semanas desde su última recaída con el alcohol. Toto había sido de mucha ayuda durante todo ese tiempo. Se había comportado casi como su padre, apoyándolo una y otra vez sin importar cuántas veces se había negado a aceptar que las cosas no podían seguir así, pero ahora podía decirse que estaba mucho mejor.

Toto lo había llevado consigo a pasar las vacaciones en una bonita casa de descanso ubicada en algún punto de Sicilia, Italia, para que pudiera despejar la mente de todo el estrés que llevaba acumulando desde el inicio de la temporada. Desde entonces, no hablaban mucho de lo que había pasado en el hotel, pero Sergio recordaba a medias uno que otro comentario de aquella charla. El más relevante de ellos, quizás, que Toto estaba al tanto de la relación que había tenido con Max en el pasado. Por supuesto que eso era falso, todo era un malentendido, pero de alguna u otra forma le consolaba pensar que era así, en especial en esas alturas del partido cuando dejar de pensar en Max resultaba sumamente difícil.

«¿Max puede cambiar de verdad?» era la pregunta que se hacía todos los días, a cualquier hora y en cualquier lugar. Recordaba como ese hombre se había sentado a su lado en las bodegas del circuito de Spa para ofrecerle gomitas verdes y charlar un rato como en los viejos tiempos, dónde en ese entonces no era tan difícil tomarse de las manos y darse un beso a espaldas del resto del mundo.

Sergio no quiso aceptarlo en ese momento, pero hablar con Max le había hecho olvidar por un breve periodo de tiempo que su corazón dolía por no haber podido encontrar refugio en los brazos de Lewis. Actualmente creía que jamás podría ser feliz con nadie más, y aunque quizás estaba siendo demasiado pesimista, había permitido que la gruesa coraza que cubría su corazón desde el inicio de la temporada se desvaneciera y volviera a ser endeble, dando pase libre a su mente para formular una pregunta que lo hacía dudar respecto a su nueva personalidad:

¿Max estaba cambiando de verdad?

La charla en las bodegas le decía que sí, pero los dolorosos recuerdos vividos a su lado le decían lo contrario. Incluso Fernando —quien era la única persona con la que mantenía contacto durante esos días de descanso— le había dicho que debía ser precavido con todo lo que tuviera que ver con Max, que no se confiara de él, pero ahí estaba como idiota, sentado sobre la arena y disfrutando del mar, mientras esa pregunta hacía ruido en su cabeza una y otra vez sin parar.

—¿Disfrutando de lo que es bueno?

Sergio salió de su ensimismamiento y alzó la mirada hacia el cielo para encontrarse con el rostro relajado y ligeramente bronceado de Toto, su jefe.

—Tenía ganas de caminar, pero al final decidí quedarme un rato aquí a deleitarme con las vistas —respondió, enfocándose de nueva cuenta en la realidad.

—Lo sé, no te culpo —apuntó Toto con una sonrisa—. Es demasiado hermoso. Suelo venir aquí en vacaciones, aunque tenía un año que no me aparecía por aquí.

—Ya veo... —Sergio también sonrió—. ¿Sabes? Fuiste muy amable en permitirme venir aquí contigo.

—Realmente no tenías opción. Yo te obligué —dijo Toto con orgullo y Sergio se limitó en mantener la suave sonrisa—. Pero creo que te está haciendo mucho bien.

King of the streets || Chestappen § Chewis Where stories live. Discover now