10. El trato

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Max no le había dado oportunidad a Sergio de decir una sola palabra durante la llamada telefónica. Había sido tajante con su petición y estaba seguro de que no lo dejaría plantado. Estaba en juego algo muy importante como para dejarlo pasar con indiferencia.

Mientras esperaba, sostenía una copa de vino con la mano derecha y la balanceaba de un lado a otro, disfrutando del tono carmesí que pintaba las paredes de vidrio cortado por escasos segundos. Había pagado una fortuna por esa reservación, pero la ocasión valía la pena. Eso sí, su padre debía estar furioso por no tomarle las llamadas. ¿Le importaba? En lo absoluto. Esa noche lo único que le interesaba era salirse con la suya.

Si Sergio admitía haberse robado la información, utilizaría ese error para chantajearlo por un buen rato. Era la única manera de conseguir que se quitara la estúpida idea de ser campeón. Además, su imagen quedaría manchada para siempre y nunca más podría volver a competir. Entonces, Sergio iría a él y le pediría volver porque sería lo único bueno que aún conservaría.

Sonrió. En su cabeza todo era muy fácil; lástima que estaba completamente equivocado. Sumido en su absurda fantasía, esperó sentado por un buen rato, disfrutando de la ventisca fresca que envolvía la hermosa terraza llena de plantas y luces. A pesar de que su día había sido terrible, al menos podía disfrutar de un poco de aire fresco después de un día tan caluroso.

Los minutos pasaron uno a uno hasta que el segundero cumplió 3,600 golpeteos —es decir, una hora completa— y fue hasta ese momento que la puerta del restaurante se abrió. Sergio apareció con el semblante serio, vestido con un conjunto oscuro casual y elegante que jamás le había visto puesto. En cuanto lo vio, su rostro permaneció inexpresivo.

Max se movió de su lugar. Simplemente se llevó la copa a los labios y lo miró con tanta intensidad que parecía que le atravesaría la cabeza con sus ojos azules en cualquier momento. Se sentía como un cazador observando a su presa acercarse, listo para atacar y llevarse la recompensa.

Sergio se acercó a paso lento, ignorando el vago recuerdo que tenía de ese lugar. Max ya lo había citado ahí antes solo que las circunstancias habían sido diferentes. En ese entonces aún creía en él y pensaba que su historia de amor era única, pero ahora solo eran amargos recuerdos que lo ayudaban a ser más fuerte cada día.

—Buenas noches —saludó cuando llegó a la mesa. Dio un rápido vistazo a su alrededor, confirmando que Max había reservado ese lugar solo para ellos dos.

—Buenas noches, Sergio —Max por fin dejó la copa sobre la mesa y cruzó las piernas con gracia, indicándole con una mano que tomara asiento frente a él—. Te has tomado tu tiempo para venir.

—No me pareció relevante llegar temprano.

—Y aún así te pusiste la mejor ropa para mí.

—Te equivocas. Solo he mejorado mis gustos.

Max se mordió la lengua. Había entendido el significado oculto de esas palabras. No iba a admitirlo en voz alta, pero una parte de él se emocionaba cada vez que lo veía actuar de manera rebelde. Aún recordaba el beso que se habían dado en el garaje hacia tan solo dos semanas, y aunque las circunstancias en las que había ocurrido le molestaban, no podía negar que ese beso le había sabido a gloria.

Mientras tanto, Sergio tomó asiento frente a él y un mesero no tardó en acercarse para ofrecerle una copa de vino tinto. Sergio tomó la copa con delicadeza, le sonrió al mesero y pronto se la llevó a los labios para saborear la bebida ante la mirada atenta de Max.

—Aroma intenso de frutos negros con avellana tostada e higos, maceración especial y cuerpo denso, pero potente —comentó mientras dejaba la copa sobre la mesa—. Es un Numanthia; mi vino favorito.

King of the streets || Chestappen § Chewis Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora